Lola Pantoja: Sevilla / Monasterio de la Cartuja, 14/9/2012
Foto: La Bienal
A El Niño de Elche le puede su inquietud artística y la necesidad de crecer en su profesión, que no es otra que el ejercicio del cante. Pero para él, como cualquier manifestación artística, el flamenco es un fenómeno artístico vivo en continuo movimiento y, aunque trasciende la realidad, está directamente relacionado con ella.
Todo ello le ha llevado A la performance, un género que, aunque nacido de las artes plásticas, ha acabado impregnando al teatro y a la danza contemporánea con su espíritu trasgresor. Y es que la performance nace con voluntad de romper con los límites establecidos por las artes academicistas, además de conllevar una significativa dosis de protesta contra la hegemonía de la cultura burguesa y la alienación, el desarraigo y la insolidaridad imperantes en las sociedades capitalistas. El Niño de Elche lo sabe por eso, además de indagar y reflexionar sobre los límites y abusos de su propia voz y la ejecución de su cante, aprovecha esta obra para lanzar un mensaje políticamente incorrecto, aunque de lo más comprometido, contra la hegemonía de los mercados financieros y una clase política que se presta a estar a su servicio.
Inspirada en la figura de Francis Bacon, un pintor contemporáneo que supo mantener un estilo propio que no se adscribe a ninguna corriente ni tendencia, esta obra se propone volcar la necesidad del artista de salirse del plato para retratar, con formas blandas, sinuosas e irreverentes, la sensualidad y el sufrimiento que nos provoca la vida, así como su forma de combatirlo, a fuerza de narcicismo, irreverencia y frivolidad. De la misma manera, la primera parte de este espectáculo experimental pasa de mirarse a sí mismo a arrojar al espectador el esfuerzo que supone el cante. Para ello, con actitud desafiante, se planta ante el espectador elaborando una serie de acciones con una lentitud desesperante, preconizadora de la tensión que más tarde se desatará cuando el cantaor descompone los sonidos de la seguiriya con un ¡Ay! que se mira en un poema de Miguel Hernández y actúa bajo un fondo de música electrónica tan chirriante como estridente. En ese momento aparecen en la pantalla situada al fondo una sucesión de fotografías de banqueros y políticos manejando el cotarro y Paco se ensarza en una denodada lucha con la seguiriya hasta llevarla a un punto histriónico para acabar regalándonos una canción que nos demuestra su dominio musical. Eso parecía indicar que a partir de ahí el cantaor se adentraría de lleno en el ejercicio del cante pero, lejos de eso, en la segunda parte se enfunda en un chandal de lo más hortero, se sube a una plataforma vibratoria, y nos regala una auténtica indagación sobre las posibilidades de modulación del cante para acabar sumergiéndose en su propia respiración y, como no podía ser de otra manera habiéndose inspirado en la figura de Bacon, desatar en escena un torrente de sensualidad que más tarde volcará en el cante cuando, al final de la tercera parte, lleve a cabo un curioso recorrido por su diferentes variantes, para lo que él mismo se toca la guitarra. Aunque antes de eso nos regala un audiovisual en el que insinua la relación del flamenco con la gastronomía, inevitable teniendo en cuenta el entorno festero y tabernario en el que nació, y nos lanza una serie de cuestiones que provoca más de una carcajada al destacar, con frescura y atrevimiento, la absurda manía que tienen algunos aficionados de categorizar el cante bajo la pureza. Se trata, sin duda de un trabajo tan original como valiente que demuestra que, en esto del flamenco, los límites los pone el artista.
Ficha artística:
Obra: VACONBACON. Cantar las fuerzas
Lugar: Sevilla / Monasterio de la Cartuja, 14 de septiembre
Cante: El Niño de Elche
Dirección escénica y artística: Santiago Barber y El Niño de Elche
Dirección musical: Santiago Barber, El Niño de Elche y Raúl Cantizano
Audiovisuales: Santiago Barber, Macarena Madero y Xavier Romaní
Audiovisual: Daniel Lagares
Sonido, grabación, vídeo y fotografía: Félix Vázquez