Revista La Flamenca: Revista nº 21 / año 2007 Julio Agosto.
Castillito de Alcalá, gitanitos y morería; torre, almena y soleá. Estos versos del alcalareño Enrique Baltanás gatean cuerpo arriba de quien se enfrenta con la mirada abierta a la impresionante fortaleza mozárabe de los panaderos. No hay en la ruta festivalera un lugar tan mágico como este, donde poder escuchar cante como es preceptivo. Es el marco idóneo para crear el ambiente propicio. Muy cerquita de donde el célebre Joaquín el de la Paula, vizconde del frío y marqués de la gracia famélica, se retorciese por soleá hasta darle forma a esa reliquia de cante, al que el tiempo está otorgando rasgos de sinfonía para nudillos y un ole después de su primer tercio. Muy cerquita del cielo, si se quiere.
No nos extraña que los alcalareños se estén tomando esto del flamenco tan en serio. Con ello, no solo dan ejemplo, sino que provocan los celos superadores de los festivales cercanos. Al referido foro, hay que sumar un sonido superior, un tablao amplio que sirve de tribuna al verdadero escenario, que es propio Castillo, una temperatura ideal... Así es posible dar dos jornadas seguidas de flamenco, sin que el cuerpo se resienta. Y es lo que, por segundo año consecutivo, nos propuso el ayuntamiento alcalareño.
De este modo, el viernes 29 de junio, se celebró el II Festival de Aficionados al Flamenco "Manolito el de María". Tras el éxito de la pasada edición, se contó para esta con Alicia Gil, Macarena Jurado, Antonio Hermosín, David Hornillo y David Sánchez "El Galli", al cante; y con Niño Elías, Lito Espinosa, David Villaú, Eugenio Iglesias y Antonio Santiago "El Ñoño", como acompañantes. Como artista invitada tuvimos a la isleña Tina Pavón. Fue la noche de la verdad para los artistas locales. Unos por nacencia, otros por adopción, manifestaron la responsabilidad que les suponía estar allí aquella noche: demostrar que vienen a ocupar un hueco de importancia en el escalafón flamenco, con Alcalá por bandera. Y a tenor de lo visto, advirtiéndose menos impericia que acierto; podemos decir, sin temor a errar, que tienen asegurado por aquellos pagos un buen ramillete de artistas que brillarán con luz propia en un futuro no muy lejano. Propuestas como esta antesala la noche grande, son ejemplos que debieran seguirse en otros lugares.
En lo que respecta al XXIX Festival Joaquín el de la Paula hubo de todo, y para todos los gustos. Abrió la esplendida noche del sábado 30 de junio José Segovia "Canela de San Roque hijo" que, como su progenitor, es un fiel seguidor de la escuela mairenista. Esa, al menos, es la sensación que quedó en nosotros al comprobar su dominio sobre un amplio muestrario de cantes por soleá, seguiriya, soleá por bulería y bulerías. De su representación, en la que estuvo acompañado por la magnífica guitarra de Niño Elías, hay que resaltar la mejoría que ha experimentado en cuanto a afinación, que era su talón de Aquiles. Sólo un punto negativo: estuvo demasiado tiempo ante el público. Por este motivo, cuando subieron al escenario José Valencia y Miguel Iglesias, el Festival ya llevaba el paso cambiado. Con estas, al de Lebrija no le quedó más remedio que echarse a sus espaldas una doble responsabilidad, la de realizar su papel como artista y la de reconducir el evento a la normalidad. Para ello no se anduvo por las ramas. Soleares, seguiriyas y bulerías, pero en su justa medida. Y si bien no llegó a conseguir del todo la conexión con el respetable -que ya campaba a sus anchas por el recinto amurallado- demostró, sin ser el de otras ocasiones, que es el cantaor con más proyección de entre los jóvenes, incluidos los más comerciales. Los amplios conocimientos de Valencia en la ejecución de los cantes sigue sorprendiendo a propios y extraños, e ilusionando a quienes necesitamos que se imponga la lógica en el desastroso panorama cantaor que estamos padeciendo.
El siguiente capítulo lo protagonizó El Pele, que tampoco brilló como de costumbre, teniendo en cuenta que cualquier mala noche del cordobés puede tener gloriosos detalles para el recuerdo. El caso es que veníamos de escuchar a Juan en otros lugares, por lo que es inevitable la comparación cronológica. En Alcalá, fue secundado de nuevo por Niño Pura, y comenzó con la zambra con la que suele presentarse en escena. Siguieron la media granaína de Chacón con malagueña de La Trini y fandangos de Cayetano y Yerbabuena, cantes en los que notamos la opacidad de los matices de su garganta esa noche. Por soleá mantuvo el tipo, pero fue por alegrías donde quedó claro lo que decimos. Con Juana Amaya, en cambio, se alcanzó el cenit del festival. La de Morón viene dando muestras de una categoría considerable sobre las tablas, manifestándose como una bailaora racial, con un estilo localista que está llevando poco a poco a su terreno, dotándolo de personalidad; rasgo que se echa de menos en las realidades del baile actual. Es inconsecuente, por tanto, que pasen desapercibidas sus aportaciones al baile por soleá porque parte lógicamente, y con buen criterio, desde el clasicismo.
El último tramo del programa tuvo como protagonistas a Esperanza Fernández -que venia de actuar esa misma noche en el Potaje- y a "Capullo de Jerez". De ambos esperábamos un giro radical en sus incomodas formas, pero encontramos más de lo mismo. La cantaora volvió a repetir mecánicamente los tres mismos cantes por seguiriya de siempre, con las mismas letras de costumbre. Esto, que ya lo hemos censurado en otras ocasiones, no es obstinación del arriba firmante: es sólo la creciente sospecha de que Esperanza no sea capaz de hacer otros cantes por este palo. No obstante, deleitó al público por cantiñas y bulerías, con la fresquísima guitarra de su hermano Paco. Del "Capullo" nos quedamos, como siempre, con la soleá por bulería. El resto -pachanga comercial por tangos y bulerías- no interesó más que a sus fans, más pendientes de las gracias del jerezano que de lo mucho que Miguel Flores podría dar al cante.