Tierra (Ediciones Senador, 2006)
El 92 no dejó tiempo para nada. Ni para saborear esta obra que se nos vuelve a ofrecer ahora, diecisiete años después de su presentación en julio de 1989. Narrar la aventura del "descubrimiento" usando como soporte los cantes clásicos, y hacer que estos busquen acomodo en las aguas de esa heterodoxia que, sin sobrepasar el horizonte de la pureza -donde Lebrijano es el único maestro-, es el mérito de Tierra. Dejar sello propio sobre el hallazgo americano de la mano de Antonio Cagancho y Frasco El Colorao, como capitanes de un navío llamado "seguiriya"; y del Machango en el personaje de Rodrigo de Triana divisando Tierra a golpe de soleá, es tan inteligente como la adaptación a la obra de la colombiana, la alboreá, el pregón, la nana, las alegrías o los tanguillos. Ópera flamenca. Esto sí lo es.
Una Tierra tan rica, que puede asimilarse igualmente a través del "descubrimiento" de un texto exquisito, en el que la mano de Caballero Bonald sobre Fray Bartolomé de las Casas, muestra la representación de los diferentes momentos emocionales de los personajes: las que quedaron en casa, la tripulación, el miedo y la desesperanza de los marineros, los recuerdos familiares y la añoranza de los trabajos que ejercían... Ante Tierra, debemos descubrirnos. Porque si Lebrijano hubiese vivido en los albores de la historia moderna de España, Colón no habría aparecido en los libros. Juan Peña hubiese sido el descubridor de ese nuevo continente, como en esta vida lo ha sido de las rutas por las que deben desarrollarse los nuevos modos flamencos hasta llegar a buen puerto. Lebrijano es el camino.