
Había colgado el cartel de ‘No hay billetes’ en el remozado teatro Albéniz de la capital malagueña, el 20 de noviembre, dentro del ciclo ‘El duende del Albéniz’. Había, por tanto, expectación por escuchar a uno de los primeros espadas del flamenco actual. Y el cantaor onubense no defraudó a los asistentes. Ofreció un recital de corte clásico, sin concesiones a la galería. Magistral en la interpretación, acompañado a la guitarra por el gran Miguel Ángel Cortés (“si no está conmigo, parece que me falta una pierna”, confesó), que se ajusta al cantaor como un guante.
Abrió su actuación con una toná -cante a palo seco por excelencia con el que también otros cantaores, como José Menese y Calixto Sánchez, suelen abrir sus recitales-, con la que se metió al público en el bolsillo. De la profundidad de este palo, pasó al equilibrio y belleza de la soleá, ya con Cortés al toque. Se nota que Arcángel ha madurado como artista y eso se aprecia en que templa los cantes con maestría. Es bien sabido por los buenos aficionados que los viejos cantaores –y más sabe el diablo por viejo que por diablo- recomiendan cantar despacio. Recomendación de la que el onubense parece haber hecho su máxima. Prosiguió por tangos y fandangos naturales, con ecos añejos que suenan a nuevo en su preciosa voz.
Cedió por un momento el protagonismo a Miguel Ángel Cortes, que, solo en el escenario, rasgueó su guitarra y la hizo sonar por Levante, donde destacó la bella melodía que caracteriza a este tipo de falsetas. Volvió Arcángel con unas bellas bulerías al golpe, que acompañó Cortés con la guitarra convertida en instrumento de percusión, primero, y con un acompañamiento mínimo, después, que iría in crescendo.
Por seguiriyas, momento solemne, consiguió arrancarle una merecida ovación al respetable. Como en la vida -y el flamenco es un claro reflejo de ella-, tras la pena, viene la alegría, esto es, las cantiñas, que introdujo casi en un susurro y con la guitarra convertida en bajo. Fue un brillante cierre con el que puso en pie a la afición malagueña, a la que, acto seguido, saludó afectuosamente, tras una hora y veinte minutos de recital. Como colofón, una larga tanda de fandangos de su tierra, en la que descolló uno, muy sentido, del gran Paco Toronjo.
Texto: Francisco Reina