Ángel Rojas y Farruquito, son las nuevas propuestas en la Sala Compañía y Teatro Villamarta, este 26 febrero.
Revista La Flamenca, Jaime Trancoso 27/2/2022 Fotos: Javier Fergo/Festival de Jerez
Ambos bailaores, tanto el madrileño como el sevillano nos mostraron sus inquietudes como bailaores y creadores, si bien desde perspectivas muy distintas. Comencemos por el primero. Si ayer veíamos la tercera entrega de Rocío Molina, hoy veíamos la primera de la trilogía Geografía Flamenca del Pensamiento, un análisis sobre la creación con matices geográficos.
Se hacía así una reflexión sobre la transformación del intérprete, sobre “el momento en que el cuerpo deja de ser cuerpo para llegar a ser baile” y de sus fuentes de inspiración. Fuimos, por tanto, invitados de honores de este proceso creativo por el cual se pasa de la mente al cuerpo, de ahí la importancia de la respiración que es muchas veces el hilo conductor del pensamiento a la acción.
Con luces de recortes Ángel Rojas nos quería mostrar solamente sus manos, su braceo. Con respiraciones profundas fue abriendo sus movimientos a la par que se unían la guitarra de Jony Jiménez, la percusión de Bandolero y el cante de María Mezcle, que parecía estar flotando, gracias al estar subida en una estructura y al ambiente recargado de humo o haze, creando una estampa quasi religiosa en el marco de esta iglesia desacralizada de la Sala Compañía. Además, con telones se creaba una interesante y sugestiva profundidad en el escenario. Bellísima fotografía y un primer tema muy bien elaborado.
Tras el solo de guitarra, Ángel Rojas se sentaba junto a él como si fuera el cantaor, pero en vez de expresarse con la voz comunicaba con sus brazos. Bebiendo de esta música se nutría para levantarse, bailarla y terminar deslizándose por el escenario e incluso dando algún tono o ayeo, cuando aparecía desde atrás en diagonal María Mezcle empezando a cantar palante, y Ángel Rojas era en esta ocasión el que se subía en la estructura para bailar literalmente encima de la cantaora, casi flotando.
María Mezcle cantó una seguiriya de los puertos, mientras que el percusionista y Ángel le hacían palmas. Tras este cante, que fue muy bien recibido y aplaudido por el respetable, como si estuvieran en una academia de baile contaban y recontaban el compás de amalgama con sus acentos flamencos, el 1, 2 ,3; 4, 5, 6; 7, 8, 9, 10, para terminar bailándole a una luz de contra. La iluminación estuvo magistral en parte gracias a la Asistente de dirección, Lorena Oliva, sacándole provecho a los desperfectos de la sala. El espectáculo terminaba cíclicamente, con la respiración y sus manos. ¡Bravo!
Farruquito está tocado por una barita mágica, es el genio y sobre el que descansa su tradición familiar. Comenzó por soleá y hablando de tradición la saga está asegurada porque al momento salió su hijo, El Moreno, que forma parte de sus espectáculos desde hace un par de años, recibiendo todo su legado. La estampa de la silla sobre la que colocó su sombrero negro y el bastón también era de lo más tradicional. No había especio para la improvisación, estaba muy montado, con una coreografía muy elaborada para un bailaor de su edad.
Por supuesto, al hablar de la esencia de Farruquito está muy marcado lo étnico, subrayado en la figura de Pepe Torres, Karime Amaya o los cantaores Ezequiel Montoya, María Mezcle y una espectacular Mary Vizarraga. La guitarra estaba en manos de Manuel Valencia, al que ya escuchamos cantándole a la nueva joya del cante Reyes Carrasco, y fue de los más ovacionados junto a Pepe Torres.
El bajista Julián Heredia, sobre un entarimado, hizo la aparición Pepe Torres, al que también vimos en el espectáculo de Manuela Carpio. Ambas colaboraciones fueron estelares. Invitar a Pepe Torres es un éxito asegurado, aunque no es de extrañar que a muchos entendidos les gustara mucho más los destellos de Pepe Torres que los del propio protagonista. Karime Amaya también bailó por alegrías con una preciosa bata de cola.
Vimos un espectáculo muy cuidado, bien trabajado, pero quizás un poco largo y ocasionalmente recaía en el tópico, como el quitarse la chaquetilla y moverla como un capote o los momentos familiares, y es que la responsabilidad y esa piedra de la tradición que lleva Farruquito en su espalda es quizás demasiado grande.
Aunque “Farruquito” quiere mostrar tanto lo más tradicional como lo más actual de su baile, la esencia es la misma y resulta un espectáculo muy similar a los anteriores, como terminando de bailar encima de la mesa, de alguna manera un tanto anacrónico o atrapado en el tiempo en el marco de un festival en que se han visto propuestas mucho más atrevidas. El incorporar otra tímbrica como el bajo de Julián Heredia o la flauta de Manuel Parrilla fue interesante musicalmente pero quizás no fue suficiente para cubrir las posibles carencias como creador, aunque sea el mejor bailaor en su estilo.