Granada. Jardines del Generalife Rubén Gutierrez
Dirección, coreografía y baile: Eva Yerbabuena. Guitarras: Paco Jarana (dirección musical) y Manuel de la Luz. Cante: Enrique el Extremeño, José Valencia, Pepe de Pura. Percusión: Manuel José Muñoz “Pájaro” y Raúl Domínguez. Cuerpo de baile: Mercedes de Córdoba, Lorena Franco, María Moreno, Eduardo Guerrero, Fernando Jiménez, Alejandro Jiménez. Títere: Asime Can Ozozer. Fecha: 8/8/12. Lugar: Auditorio Alhambra de Granada. Aforo: Lleno.
Un verano más los Jardines del Generalife acogían la propuesta que aúna al granaíno más universal y el flamenco. Para esta ocasión, y por primera vez desde que se iniciara esta andadura hace casi una década, la responsabilidad del espectáculo ha recaído sobre una granadina de nacimiento. Es por ello, que Eva Yerbabuena, una de las primeras figuras del baile flamenco actual ha apostado por algo diferente. Sin necesidad de hacer una obra programática, pero sin olvidar la obra lorquiana, se nos presenta un entramado de vivencias juveniles del de Fuente Vaqueros, las cuales moldearían su persona y su creación literaria. El comienzo de la función ya nos sugiere que vamos a contemplar algo distinto a lo visto en estos últimos estíos. Los melismas de un canto responsorial gregoriano, junto a los de la llamada al rezo desde un minarte árabe, ello unido a unos mantras budistas, nos sitúan en esa especial mezcolanza de creencias y razas que han habitado a lo largo de la historia de la ciudad de los dos ríos. Entre el Darro y el Genil, un joven Federico tuvo la cautela de observar el mundo que le rodeaba, no solo mirarlo, para aprender de él. Nos llama la atención en este comienzo la casi ausencia de elementos flamencos, realizando el cuerpo de baile una serie de coreografías propias de la danza contemporánea, que estarían muy presentes durante toda la noche. Una muestra más de superación de la Yerbabuena, que se adentra, al igual que la mayoría de sus compañeros actuales de profesión, por estos nuevos caminos para el duende. Así será la estética del segundo número, con elementos más propios del baile galvaníco, donde solo podemos ver unas jondas vueltas quebradas en el danzar de Eva, acompañada de instrumentos ajenos al flamenco como el buzuki o las percusiones africanas, conjugadas por el corrido entonado por José Valencia que volvería aparecer una y otra vez durante la producción, cual leitmotiv. Todo ello bajo una puesta en escena minimalista donde cobran protagonismo las proyecciones en la pantalla al fondo del escenario, y un muro, casi actor principal inerte durante todo el montaje. Dicho elemento nos sugiere la barrera que tuvo que superar Lorca a lo largo de su vida, dando su vanguardismo inusitado, maridado con su atracción por el andalucismo más profundo.
La tercera pieza presentó una amalgama de elementos. Cante por caña por Pepe de Pura para la nana del galapaguito, con una coreografía de la parte masculina del cuerpo de baile, y unos inusitados guiños a Buñuel en el juego de las proyecciones, y como no, a Dalí con tintes homosexuales. Para el número siguiente nos adentramos en la escala que hizo Federico en su viaje a Nueva York. Salen por primera vez todos los músicos a la escena tras un emparrillado de cañas de azúcar, que junto a las hojas de tabaco, nos acercan los aires guajiros, cubanos y flamencos, sumados al garrotín, la rumba y las sevillanas. En esta ocasión es la sección femenina la que nos deleita con sus sensuales movimientos de caderas, aunados a un exquisito braceo, que exhibe la elegancia de las bailaoras con un vistoso vestuario. Con el regusto a la isla caribeña pasamos a un suerte de tangos donde la Yerbabuena ya nos muestras sus cartas flamencas bailando los estilos que van desde el Piyayo a Graná, pasando por Triana. Y sin transición apenas, aparecerá el lado más calé de Federico para el lucimiento de las tres voces. Otra coreografía masculina sobre tres sillas que nos recuerdan a las del garrote vil, servirán de base para una fiesta por bulerías, pataítas incluidas de los tres tenores, donde el romance también cobra su protagonismo. Pasado el ecuador de la velada volveremos a los ritmos más actuales con una coreografía donde esta vez son unos almireces los elementos más emblemáticos. No obstante, su metálico compás, con juegos polirrítmicos, nos dejan entrever por momentos, ayudados por la armonía que emana de las sonantas, la queja de la petenera. De ahí pasaremos a la vidalita que canta el Extremeño para situarnos en una de las obras de más fondo calado lorquiano. Bernarda Alba nos recibe en el dolor de su casa, donde el luto del vestuario no delata la pena. No obstante, el duelo se convierte en satisfacción, por que bajo el ritual plañidero se nos presenta la Yerbabuena para bailar una vez más, con la maestría a la que nos tiene acostumbrados, la Soleá. Sin duda el punto álgido de la noche, que arrancó la mayor ovación de la velada. Fuerza en las piernas, tensión en los brazos, sacrificio en el rostro, todo un alarde de ejecución, que solo por este baile bien ha merecido la pena subir al Generalife.
Tras la erudita exhibición, nos adentramos en la recta final del espectáculo, donde no llegaríamos a tan altos picos de jondura. El noveno número resultó ser un juego de seducción con otra coreografías contemporánea, donde lo prohibido, en forma de manzana, concluiría con una simbólica lapidación de Eva a base de cubos de agua en el citado muro, cual castigo por su atrevimiento. Y si hemos dicho que Federico se convertiría en un surrealista Lorca, otro granadino de excepción no podía faltar a la cita. Aunque desgraciadamente solo pudimos contar con su voz, pues la humanidad del flamenco aún sigue llorando su ausencia. Voz morentiana para los versos lorquianos del vals del disco “Omega”, que será danzado por nuestra protagonista junto a enorme títere en el proscenio. Evocadora figura de la vena dramatúrgica lorquiana y su Barraca. La paleta de colores que acompañó la producción, tanto en iluminación, atrezzo y vestuario fue muy variada, pero para terminar la velada será el rojo el tono que prevalezca, bajo la música de Paco Jarana arreglada para orquesta. Cual reguero de sangre del barranco de Viznar, el cuerpo de baile coreografía la liviana, para dejarnos un sabor agridulce de una vida y obra fatalmente truncada