El artista presentó en Sevilla su último disco “Sonetos y poemas para la libertad”, con textos de sus poetas preferidos y música de Pedro Guerra
Web Revista La Flamenca. Luis M. Pérez. Sevilla /Palacio de Congresos y Exposiciones/ 19/06/2015 Fotos: Pepe Montiel
La tarde se anunciaba importante desde lo más alto de las rampas de acceso al Palacio de Exposiciones de Congresos (FIBES) de Sevilla. Los treinta y ocho grados que marcaba el termómetro al filo de las ocho y media, junto con la espléndida visión de miles de personas rompiendo la exacta geometría de esa faraónica construcción, nos transportaron a la fantasía de encontrarnos en Egipto, en el mismísimo Valle de los Reyes. Familias enteras, tres generaciones juntas, subían con la lengua afuera para ver a su ídolo, a su faraón. Miguel Ángel Poveda León Miguel Poveda (Badalona, 1973) va a cantar tres noches seguidas aquí, en el mayor auditorio de España, con un aforo de 3.550 localidades. A ver quién lo mejora.
Desde el primer momento el espectáculo se define como una auténtica superproducción, que vale todos y cada uno de los euros que cuestan las entradas, entre veintiséis, la más popular, y ochenta, la más cara. Un quinteto de cuerda, dos voces femeninas, tres palmeros; teclado, batería, percusionista, guitarra eléctrica; bajo, trompeta, piano de cola y guitarra flamenca conformaban el elenco de dieciocho músicos del más alto nivel, a los que Miguel olvidó presentar, a excepción de sus dos buques insignias, Joan Albert Amargós, en la dirección y al piano; y su guitarrista de cabecera, Juan Gómez Chicuelo, que estuvieron enormes toda la noche. La iluminación, espectacular y muy original, a la altura de cualquier producción internacional, se proyectaba también del escenario hacia el público, dibujando decorados en el techo del auditorio. El sonido merece un párrafo aparte.
La organización había reservado unas butacas para la prensa en una fila aceptable, pero arrinconadas contra la pared, que en este auditorio de proporciones megalíticas tiene la poca fortuna de ser metálica. Tras veinte minutos de soportar una calidad de sonido pésima, en lo que lo más característico era que la voz de Miguel Poveda era prácticamente inaudible, un servidor decidió cambiarse a la fila inmediatamente posterior, donde había varias butacas libres en posición centrada. Ahora sí, ahora la voz llega limpia y el fraseo de los versos de sus poetas claro y comprensible. Para la mitad del auditorio. La otra mitad no entendió, no ya las metáforas ni las imágenes de Lorca, Miguel Hernández, Neruda, Lope de Vega o Quevedo, no entendieron ni palabra.
Aunque ese público no viene al concierto a criticar, sino a disfrutar de lo lindo. Y Miguel Poveda les hizo disfrutar hasta el delirio. Porque es un artista como la copa de un pino, eso ya está mas que demostrado. Domina el escenario como nadie, entabla diálogos cómplices con sus fieles, les incita a rugir a cada movimiento suyo de caderas. Cuando llevamos media hora larga de lírica con los temas más representativos de su último disco, Miguel nos informa que el espectáculo consta de tres partes, que él no quiere dar de lado ninguna de sus facetas artísticas y que, al igual que al final de la noche dedicará un tiempo a la copla española, no va a olvidarse nunca de sus raíces ni de lo que es, “aunque algunos opinen lo contrario”: cantaor de flamenco.
Dicho y hecho. Durante un bello instrumental donde Chicuelo llamó a los duendes de los bordones, el cantante Poveda (Luis Miguel Poveda, se escuchó desde las alturas del anfiteatro) cambió el smoking azul y la pajarita por la camisa blanca remangada y el chaleco negro. El público respondió con una ovación que más parecía un gol en el último minuto. El camaleónico artista, ahora cantaor, se sentó en el borde de su silla con el aplomo que solo los grandes maestros saben transmitir. Y abordó lo más granado y predecible de su repertorio durante una hora completa, reclamando para si el trono de primera figura del cante. Malagueña de la Peñaranda y dos rondeñas de Enrique Morente ejecutadas con seriedad y hondura. Y vámonos pa Cai.
Nada tiene que demostrar Miguel en materia de compás. Cantiñas y alegrías de Cádiz con claros ecos de Chano Lobato, Mariana Cornejo, Pericón y Camarón de la Isla, y su ya clásica Bulería de la crisis. Tampoco nada nuevo bajo el sol. Pero la ovación atronadora del respetable puesto en pie no tiene mucho parangón en el elitista mundo del cante jondo.
Inició Poveda una ronda de eso que todo el mundo ha dado en llamar tientos tangos, cuyo significado adquirido con el uso no tiene nada que ver con su etimología ni con el origen de esos cantes. Mucho mejor en los tangos lentos de Enrique el Mellizo y de Manuel Torre, donde alcanzó a pellizcar con dolor del bueno, que en los tangos de Pastora Pavón y de el Titi de Triana, donde el cantaor dejó libre su vena creativa y obsequió con su clásica pataíta, demasiado larga quizá, por pícaros tangos trianeros. Poveda en estado puro, para bien o para mal, pero auténtico, sin imitar a nadie, y responsable de una escuela ingente de jóvenes que lo tienen como modelo.
El momento más emotivo fue su homenaje a Manuel Molina: “voy a seguir en Triana, pero en esta ocasión de forma distinta. Hace mucho tiempo que incorporé a mi repertorio letras de ese genio que nos ha dejado hace poco”. Y extendiendo los brazos, volvió la cabeza hacia el cielo con los ojos cerrados y entonó “el sol, joven y fuerte, ha vencido a la luna…” Lo mejor de la noche, sin duda.
Y se fue el cantaor enorme para no volver. Porque, tras otro instrumental del maestro Amargós, regresó Miguel Poveda con su traje y su corbata con un popurrí insufrible de clásicos de la copla, en el que cada verso correspondía a una composición diferente hasta completar algo amorfo y sin sentido. Luego, varias coplas más vinieron con los bises, y todas muy aplaudidas: “Y sin embargo te quiero”, “Tres puñales”, etc.
La noche terminó con unas bulerías innovadoras en homenaje a Enrique Morente, que seguramente se deben escuchar más de una vez para apreciarlas en lo que valen. Tras más de dos horas de recital, el público se marchó extasiado y feliz, por haber obtenido lo que había venido a ver. Un servidor se fue contento también. Había vuelto a encontrar a un cantaor de flamenco de primera clase, que me había obsequiado con un espectáculo como pocos se pueden disfrutar en España en estos tiempos. Y con la misma opinión que tenía cuando llegó. Que cada cual se gana las habichuelas como quiere, y cada quien se gasta sus dineros como le viene en gana. El resto, son ganas de criticar.
Ficha artística
Espectáculo: Sonetos y poemas para la libertad / Palacio de Congresos y Exposiciones (FIBES), Sevilla 18/6/2015. Tres cuartos de entrada.
Cante: Miguel Poveda
Piano y dirección de orquesta: Joan Albert Amargós
Guitarra: Juan Gómez “Chicuelo”