Los Jueves Flamencos de El Monte siguen congregando a la afición sevillana en torno a una programación compensada, confeccionada por quienes tienen experiencia en estos menesteres. Y eso se nota en los resultados. Sin embargo, durante este tramo del ciclo (16 de marzo-20 de abril) se han visto pocos espectáculos completos.
En la noche en que Aurora Vargas acaparaba la atención, la intervención de Carmen Ledesma no pasará a la historia sino por el desconcierto que provocó el que se presentara con un cuerpo de baile de academia "Made in Heeren". Por lo que todo lo interesante que Carmen había apuntado por soleá, fue borrándose de la memoria selectiva de los cabales, entre los achuchones de las inexpertas chiquillas y los gritos de sus enloquecidas madres. Por su parte, la Vargas hizo lo que pudo. Abrió, comedida por alegrías y fue por soleá donde advertimos que Aurora no tenía su noche. Anduvo ciega, al punto que fue Diego Amaya quien se encargó de guiarla en afinación y compás, consiguiendo sólo lo segundo. En las tarantas los problemas de disonancia crecieron, naufragando también por fandangos. A pesar de llegar desfallecida a tientos tangos y bulerías, se entonó algo más, demostrando sus habilidades fundamentalmente festeras.
La joven Mercedes Ruiz presentó Juncá y nos descubrió que es una copia literal de la que hasta hace poco fue su jefa de filas. Es lógico que La Yerbabuena la haya influenciado pero, ahora que Mercedes se dispone a demostrar su valía en solitario, debiera hacer borrón y cuenta nueva, buscando lo propio a partir de lo aprehendido con Eva. Desde el zapateado de inicio a la seguiriya, pasando por la soleá, no dejó de perseguir el beneplácito del público mas la guitarra repetitiva hasta el aburrimiento de Santiago Lara (y el insoportable pandero), le hicieron la noche imposible. Fue precisamente en la soleá donde el de Jerez, bajando la afinación del bordón para convertirlo en pedal, le restó al cante lo que el baile necesitaba. Este recurso, factible en determinados cantaores, tampoco es propio para la soleá. También resultó confuso el efecto de moda de arrastrar el toque hasta confundirlo con la seguiriya, con lo que Mercedes tenía todas las de perder. Así de desatendida por su retaguardia, la jerezana afrontó valiente la seguiriya, exprimiendo al máximo los cartuchos que le quedaban. No obstante, el aprovechamiento de su maravillosa técnica en aras de lo apuntado al inicio, darán en breve el fruto deseado por todos.
Sin solución de continuidad, otro jerezano ocupó nuestra atención en este ciclo. Gerardo Núñez, al que muchos esperábamos en solitario -por volver a vivir los momentos mágicos de su actuación en la pasada Bienal- llegó acompañado de sus músicos habituales y de alguna sorpresa. Presentó su Ensemble, desgranando lo más florido de Andando el tiempo junto a Perico Sambeat, Pablo Martín, Cepillo y Mariano Díaz, introduciendo algunas cositas de Calima y Jucal. El concepto que tiene Gerardo de la armonía es interesantísimo y su técnica fuera de serie. Además trasmite un mensaje muy calido, que aprovecha con total lucimiento lo mejor del lenguaje jazzístico, para emplearse a fondo a lo largo y ancho del territorio flamenco. Es de los pocos guitarristas, junto a Paco, que ha sabido aprovecharse verdaderamente de esta corriente musical norteamericana, sin devolverle al flamenco las inmundicias a que otros nos tienen acostumbrados. Con Gerardo Núñez, el galimatías que trae consigo lo modernito no tiene lugar. Que le pregunten si no a Guadiana, un invitado de lujo para el martinete (junto a Sambeat) y la soleá por bulerías que disfrutó de lo lindo, acostumbrado a enfangarse en más de una ocasión con los "experimentalistas desexperimentados".
El tsunami que los Farruco provocan allá donde van dejó sus secuelas en la Joaquín Turina, así como en las almas de cuantos asistimos al espectáculo que Antonio el Farru presentó en Sevilla. La presión mediática que les ha caído encima -con la que ellos parecen estar cómodos- ha hecho que estos niños se formen y crezcan en el baile del detalle continuo y el remate aparatoso, sobre la inexistente coreografía. Así se demostró en el martinete, que no permaneció mucho tiempo en nuestra retina. Ni siquiera por la de la gradual entrada en escena de los cantaores, ni por la descontrolada seguiriya que siguió al programa. Ésta, más bien sirvió para dejar en evidencia a un aforo que sólo alteró el gesto con las patadas de karate y los desplantes. En la misma tesitura continuaron los jaleos, mostrando el mismo esqueleto (los cantaores cantan en circulo al bailaor) para el montaje del número. Pero con la presencia del invitado -el primo Barullo- se hizo la claridad. Bailó por soleá formidablemente, mostrando proximidad al gran Farruco. Asido a la verdad del baile fue construyendo, poco a poco, la merecidísima ovación final, ganando la partida al resto de la familia. Mas en día tormenta, el sol asoma la cabeza y se esconde pronto. Porque para el cierre por alegrías del Farru, volvimos a la realidad. A lo vivido quince minutos antes. Ante la lejanía de las alegrías, cerradas por tangos con la Faraona como espontánea, sólo quedaba esperar el bis por bulerías con el pequeñito de la casa. En cuanto al atrás, no podemos dejar de señalar la gratísima impresión que nos causaron dos jóvenes cantaores: Juan José Amador (hijo) y Perico Heredia.
Programar a una artista dos veces en Sevilla en menos de un mes, es de una torpeza increíble. ¿Cómo ha podido ocurrir?. Marina Heredia había dejado el listón muy alto en el Central. A pesar de ello, estuvo desarropada y fría en su actuación de los Jueves Flamencos. Tenía previsto anunciar su nuevo disco: "La voz del agua", pero a ultima hora cambió el programa, repitiendo prácticamente su actuación del mes anterior junto a unos cantes por Levante, fandangos de diversos estilos personales y más bulerías. Comenzó también por pregones, incordiada por el atrás, que entre bambalinas calmaba entre risas los nervios propios de la salida a escena. Esto, junto al poco ambiente de la sala, desconcentraron a Marina que, a pesar de los elementos, volvió a vaciarse. Por soleá volvió a rallar alto, sobre todo en los estilos apolaos trianeros, a pesar del defecto de forma que Bolita imprime al acompañamiento, rellenando los espacios hasta agotar los sentidos de la cantaora y de los oyentes. En la malagueña comenzó a acusar de nuevo incomodidad, aunque se reencontró al llegar a los fandangos de su tierra, volviendo a deleitarnos (con letra del poeta José Bergamín) en las bulerías "Seguidillas Toreras", musicada por Bolita.
Fotos: Antonio Cid