Revista La Flamenca: Revista nº 7 / año 2004 Noviembre Diciembre. Julio De Vega López
`El Legado Ricardista: un gozne de oro entre dos formas de concebir la guitarra flamenca´
La creciente sofisticación técnica, melódica y compositiva que la guitarra flamenca ha experimentado en los últimos años ha venido principalmente espoleada por el genial e irrepetible triunvirato conformado por. Paco de Lucía, Manolo Sanlúcar y Serranito. Como resultado, este instrumento ha ganado inusitadas cuotas de independencia, protagonismo y centralidad en el conjunto de la expresión musical flamenca, hasta el punto de que hay incluso quien mantiene que la bajañí es la fuerza matriz que incita a la renovación de todo el género.
En este proceso evolutivo tendente a un elevado preciosismo y virtuosismo en el toque, la figura de Niño Ricardo resulta trascendental ya que fue él quien puso las bases necesarias para esta revolución guitarrística al integrar y desarrollar las cualidades de tres tocaores fundamentales que le precedieron - Javier Molina, Ramón Montoya y Manolo de Huelva- . En su personalidad tocaora se produjo "la síntesis convergente de la guitarra clásica del flamenquismo y la guitarra vertiginosamente evolucionada de la época moderna" (González Climent, 1957). Es por esto por lo que proponemos ahora un acercamiento, siquiera breve, a su figura para entender la verdadera significación de este maestro sevillano en todo el universo guitarrístico.
Manuel Serrapí Sánchez (1904-1972) comenzó su fecunda y prolífica relación con la sonanta cuando contaba apenas diez años. Su padre y el aficionado Antonio Moreno fueron sus iniciadores. Su discurrir artístico propiamente dicho arranca tres años más tarde cuando sube al escenario del salón Vigil de la capital Sevillana con el sobrenombre de Manolo el Carbonero, ya que compaginaba su afición a la guitarra con su trabajo en una carbonería. Pronto cambió su nombre artístico por el de Niño Ricardo, al parecer adoptado en honor a su padre, y se sucedieron actuaciones en otros salones de la ciudad hispalense: el Kursal, el Olimpia, el Variedades, el Moderno y el Novedades, donde recibió la impronta de Javier Molina.
Su toque fue ganando reconocimiento y prestigio en los ambientes flamencos hasta tal punto que la Niña de los Peines y su hermano Tomás Pavón se vieron atraídos y cautivados por este joven prodigio. Sin duda alguna, este hecho supuso un verdadero espaldarazo en su carrera artística ya que Niño Ricardo pasó a ser uno de los asiduos y destacados acompañantes de esta irrepetible saga flamenca. Con ellos debutó en Madrid en el teatro Pavón para posteriormente realizar una gira por España con Pastora. También de la mano de ellos inició su extensísima discografía al grabar en 1922 un álbum en que ambos hermanos cantaban. Luego vinieron muchas más actuaciones, grabaciones y tournées, hasta que a principios de la década de los cuarentas dejaron de trabajar juntos.
Con la ventaja que nos da una visión retrospectiva, podemos afirmar que la relación artística entre Ricardo y Pastora fue trascendental no sólo para los propios implicados sino para la historia del flamenco en general. La cantaora encontró en Ricardo la guitarra idónea para su exquisita y depurada forma de interpretar. A su vez, el tocaor desarrolló un conocimiento exhaustivo de los diferentes palos y los enriqueció armónicamente, creó unas falsetas muy características que todavía hoy se siguen interpretando, difundió 15 formas de arpegiar diferentes y aportó un sentido rítmico de gran fluidez y profundidad. En definitiva, engrandeció el toque de acompañamiento superando incluso el antagonismo de las distintas escuelas cantaoras.
La interminable pléyade de cantaores a los que arropó con su toque -Niño Gloria, Pepe Pinto, Manuel Vallejo, José Cepero, Pepe Marchena, Niña de la Puebla, Juanito Valderrama, El Gloria, Antonio y Manuel Mairena, El Chocolate, Curro Malena, Enrique Morente y El Lebrijano, por nombrar sólo a los más significativos - viene a corroborar y atestiguar su supremacía en el "toque de atrás".
La faceta compositora de Niño Ricardo fue igualmente profusa y sobresaliente. Compuso música para innumerables espectáculos e incluso para alguna película. Entre las composiciones que creó para Juanito Valderrama habría que destacar "Los niños del jardinero","Redondel" que incluía la famosa canción "El emigrante", y "Mi vida es el cante", en la que, con una sinfonía por seguriyas, rindió homenaje a Ramón Montoya.
Se inició también como concertista en 1955 en el Teatro San Fernando de Sevilla. Dedicó una parte importante de su producción discográfica al toque solista realizando numerosas grabaciones con el sello Columbia -"Espeleta", "Gitanería Arabesca", "Almoradid", "Recuerdo a Sevilla", "Aires gaditanos" y "Aires de Triana" para el que contó con la colaboración de Melchor de Marchena -. Pero quizás su grabación más vanguardista fue la que realizó para la casa francesa "Chant du Monde" con la que alcanzó fama y reconocimiento internacional.
A pesar de la trascendencia de sus aportaciones técnicas y la innegable calidad de sus composiciones, el toque de Ricardo ha sido a menudo ensombrecido al verse comparado con el de otros geniales tocaores como Montoya o Sabicas. En este sentido Eusebio Rioja mantiene que mientras el toque de Montoya fue limpio, pulcro y cuidado, con calidades de redondez y tinte aterciopelado, el de Niño Ricardo perdió redondez en favor de brillantez, fue arisco, cristalino y sedoso en vez de aterciopelado. Este investigador de la sonanta va aún más allá cuando asevera que en el toque de Ricardo se produce una continua rotura de notas que determina una penosa suciedad y cierto efecto arenisco.
Resulta mucho más positiva, sin embargo, la valoración que el singular guitarrista Dieguito de Morón hizo del toque del maestro Serrapí, cuando entrevistado por Manuel Curao sentenció: "Sabicas tocaba con las manos, Niño Ricardo con el corazón".
En cualquiera de los casos, parece evidente que Ricardo contribuyó sobremanera al desarrollo y enriquecimiento de la guitarra flamenca convirtiéndose en un referente básico para muchos tocaores posteriores, Paco de Lucía y Sanlúcar entre ellos. Confío en que este modesto escrito sirva como reconocimiento a su figura y no quede en un mero ejercicio nostálgico a los que, según Washabaugh, tanto acostumbramos los aficionados al flamenco. Aún así, creo que la nostalgia es un sentimiento noble que puede ser bello y reconfortante en sí mismo, sino escuchen la variación por seguiriyas "Nostalgia Flamenca"compuesta por Ricardo y comprenderán lo que les digo.