Resumen atípico del certamen murciano, un festival que propicia la convivencia entre aficionados y artistas.
Revista La Flamenca. Antonio Parra 27/7/2021
Una nueva edición del Festival de Lo Ferro (Torre Pacheco, Murcia) la 41 ya, ha concluido. Una edición por primera vez sin concurso, sin entregar su presagioso Melón de Oro, dadas las circunstancias sanitarias. Pero pese a ello, la semana ha sido brillante, con artistas muy variados, con maestros y con futuras promesas si llevan su carrera con inteligencia. De Capullo de Jerez a Argentina, De María Terremoto a Antonia Contreras, de Reyes Carrasco a Esther Merino o a la gran cantaora unionense Encarnación Fernández; de Manuel de la Tomasa a Curro Piñana; de Javier Latorre a Joaquín Grilo y Cynthia Cano, y un largo etcétera. Mucha calidad junta.
En este resumen del festival murciano no haré un repaso por todos los artistas participantes, que han sido muchos, de eso ya ha venido dando cumplida cuenta esta revista. Realizaré un resumen más global y simbólico, destacando dos aspectos que a mí me parecen importantes.
En primer lugar, querría destacar el democrático gusto del festival al contratar a artistas de todos los niveles, más conocidos o menos, así como a artistas un poco olvidados en su visibilidad, aunque en otro momento fuesen considerados figuras.
Está ocurriendo un fenómeno curioso, al menos en la Comunidad de Murcia, que no es Andalucía. En Andalucía proliferan en casi cada pueblo los festivales de mayor o menos tamaño y todo tipo de ciclos flamencos que acaban dando cabida a casi todos. Murcia, en los últimos años, cuenta con varias convocatorias flamencas, además de las tres Grandes citas: Festival Internacional del Cante de las Minas, Festival Internacional de Lo Ferro y Cumbre Flamenca Murcia; podemos decir que el flamenco está de moda, y así, certámenes que no son del ramo, como la Mar de Músicas de Cartagena o el Festival de jazz de San Javier, cuentan cada vez más con artistas flamencos. Pero esa “moda” es engañosa, porque casi siempre cuentan con los artistas más mediáticos o más de moda, olvidando a otros que entre los verdaderos aficionados tienen prestigio.
El Festival de Lo Ferro, aunque importante, es relativamente pequeño comparado con las tres o cuatro grandes citas españolas. En cambio sí tiene una tradición de llamar y recuperar a los “olvidados”, quizás también porque no pueda competir en mediáticos. No pondré ejemplos porque serían interminables.
Y lo segundo que quería destacar: la recuperación de algo que hasta hace unas pocas décadas era habitual y que en los últimos años ha desaparecido en casi todas partes: la convivencia entre artistas, aficionados y prensa. Hace unos días titulé una crónica del Festival “Lo Ferro on Fire”, evidentemente haciendo alusión al certamen de Pamplona, que debe en buena medida su prestigio a haber alimentado, de nuevo, todo lo que ocurre después de las actuaciones: la fiesta y la convivencia.
Por supuesto, esto exige que los artistas se queden unos días, y para ello hay que programar cursos, tertulias, encuentros. Los artistas aumentan su caché y se hace el milagro de la convivencia. De lo contrario el flamenco, la vida flamenca, pierde parte de su esencia.
Así, en Lo Ferro, este año hemos podido ver a Argentina (por cierto, en un gran momento) cantiñeando en la Peña Melón de Oro con aficionados con rostro lleno de felicidad; hemos visto al gran maestro ya retirado Fosforito debatir con otros maestros como Paco Cepero, ante un público asombrado; hemos visto a Esther Merino ensayar en plena Peña mientras los aficionados tomaban una cerveza y escuchaban. Y así un largo etcétera.
Mi resumen del Festival de este año es que Lo Ferro está haciendo muy bien las cosas (también con muchos defectos que pulir, por supuesto) y cada año se va asentando más en el panorama flamenco nacional.