Web revista La Flamenca. Alejandro Medina. Sevilla / Teatro Lope de Vega 8/4/2013
El Teatro Lope de Vega se llenó de afición y cariño para el Maestro de la voz ronca
Anoche se tributaba en el Lope de Vega un homenaje a Alonso Núñez, apodado para la historia con uno de esos nombres casi bíblicos, de difusos orígenes pero llenos de sonoridad: Rancapino.
Cariño y respeto de artistas jóvenes para uno de los maestros vivos del cante, una de esas últimas personas que simbolizan con su carácter y su historia el universo flamenco tal y como ha calado en el imaginario popular. No en vano, su biografía se titula “Ronco de andar descalzo”. Un artista diametralmente opuesto a esa herencia negra de nuestro arte ha sido el encargado de promover y organizar este maravilloso concierto de más de tres horas: Miguel Poveda. Afortunadamente, el teatro se llenó y Sevilla pudo decirle a la cara a Rancapino todo eso que se suele decir tarde. Y le dijimos a Rancapino sobre todo que le queremos mucho, y que tiene mucho arte. Un arte de antes, de siempre: arte sencillo, imperfecto, cercano, balbuceante, íntimo y entrañable. Porque escuchar cantar a Rancapino por soleá te hace entender muchas cosas, porque es un cante que explica, hablado, a media voz, como decía Caracol, el gran referente de la noche.
Porque Caracol está en los cantaores gaditanos de una manera tan cicatrizada que no podemos dejar de subrayar que en el ambiente salinero de la Bahía, el cante es dulce como la fruta de verano. Por ejemplo Antonio Reyes es un torero de muleta. Por bulerías y tangos, por fandangos sobre todo, despacito despacito pasea su voz, buscando siempre el recoveco, la caricia de la música flamenca, que está hecha para ser directa, anti retórica, demagógica y embaucadora. Le precedió Kiko Peña, uno de los protegidos de Poveda bajo su sello discográfico “Carta Blanca” y habitual de sus espectáculos. Este jovencísimo cantaor demostró naturalidad al cantar, lo más importante a estas edades, a parte de su otra cualidad: la afición.
Pero fue Arcángel quien elevó el peldaño cantaor con una seguiriya demencial, desesperada. Dicen que la seguiriya es el palo de los locos. Porque es fúnebre está absuelta del juicio y la compostura. Es un género que está atravesado por la muerte y el sufrimiento, así que sólo podemos esperar de ella lo más animal del hombre, su aullido pavoroso. Los fandangos onubenses nos reaniman la circulación. Al señor Arcángel le gusta sacar el mapa del fandango: hacerlos variados y por derecho, ligados, sin florituras. Un ejercicio de clasicismo consciente y entendemos que necesario, para luego vaciarse generosamente, ofrecerse al aplauso con los tercios imposibles y tan emocionantes que te van levantando de la butaca.
Contaremos los aficionados dentro de muchos años que vimos cantar a Poveda y Arcángel juntos, una soleá intercalada, que remataron con un cruce de letras y melodías muy morentiano. Realmente singular y significativo en medio de una gala homenaje. Siguió Poveda con malagueña y una larga tanda de abandolaos, para cerrar con cantiñas, su gran baza, ese palo que es un regalo para todos sus seguidores: entrega, compás, afinación perfectas.
A parte del valor emotivo y artístico, este homenaje tenía un valor histórico, pues nos ofrecía la posibilidad de observar las diferencias entre las estrellas del momento con las del pasado, tales como Juanito Villar o el propio Rancapino. Si la de Poveda es una propuesta espectacular y medida, grupal, rítmica, autoconsciente, de técnico de sonido y micro propio; la de Juanito Villar es la de la espontaneidad, el trato doméstico con el cante, la singularidad de uno de esos artistas que no saben lo que es un “proyecto”. Villar lanza al mundo cómo debe cantar un gitano de Cádiz: con compás, con gracia, con dulzura pero sin escondites. Por soleá y bulerías con la guitarra del Rolling Stone de Santiago: Periquín Niño Jero. Falsetas mínimas, sin pulsaciones hidráulicas, aparentemente rudimentarias pero emotivas, de enorme capacidad de síntesis. Y por supuesto con el soniquetazo marca de la casa.
Una de las sorpresas de la noche fue la aparición de Paco Cepero, que hizo unas bulerías para recordar que lo más importante es el sonido propio, además del regalo acaramelado en forma de rumba: “Aguamarina”.
En estas que cantó Rancapino Hijo, que con una letrilla que decía “no lo hay más puro” resumía la figura de su padre y quizás el valor de toda su generación. Porque es eso lo que buscamos en artistas como Alonso Núñez: pureza, no como forma, sino como aspiración. Mostrar la identidad sin discursos, sino a través de la enumeración enlazada de las luces y sombras de la vida. Eso está más allá de las voces, el ritmo, la técnica, el sonido y los años.
Ficha artística:
Cante: Kiko Peña, Antonio Reyes, Arcángel, Miguel Poveda, Juan Villar, Rancapino Hijo y Rancapino.
Guitarra: Jesús Guerrero, Antonio Higuero, Miguel Ángel Cortés, Paco Cepero, Periquín Niño Jero y Periquín Hijo.
Palmas: Diego Montoya, Tate Núñez y Carlos Grilo.
Cajón : Paquito González.