Revista La Flamenca. Lourdes Gálvez 10/6/2014
El 2 de octubre de 1958 nace, al calor de un grupo de aficionados capitaneados por don Francisco Bejarano, la peña Juan Breva. A lo largo de los años ha sido mucho el prestigio que esta peña ha alcanzado. Sus comienzos firmes y decididos pronto le conferirían una estabilidad y un reconocimiento que le valdría la consideración de cuna de maestros. No en vano fue la única peña invitada a debatir en la Reunión Internacional del Centro de Estudios de Música y de Flamenco organizada por la UNESCO en Junio de 1969. Su fundación fue resultado del poso flamenco de la ciudad, pues en la Málaga de fines de los 40 existían varias tertulias flamencas, como la del establecimiento Casa Prada de Calle Molina Larios en la que tenía parte importante el archivero de la ciudad, Francisco Bejarano; otra de estas tertulias era la conocida como de la RENFE. Un buen aficionado de Álora, José Navarro, que frecuentaba ambas reuniones y sabía que eran afines, alumbró la idea de unificarlas. Así se pone en contacto con Bejarano y con un joven aficionado malagueño al que había conocido en Granada, José Luque Navajas, donde ambos habían asistido a tertulias similares (La Platería, Casa Amparo, Taberna Faquilla). Este joven José Luque se convertiría en el digno continuador de Bejarano, teniendo la inmensa satisfacción de vivir el 50 aniversario de la peña también como su presidente. La idea gusta mucho, por lo que se reúnen y deciden llamarse peña Juan Breva, y además llegan a la conclusión de que para tener entidad deben regirse por estatutos, quedando encargado de redactarlos José Luque, quien los concibe según el sistema democrático, con una asamblea soberana y el sufragio como modo de tomar decisiones. Las primeras elecciones de la peña tienen lugar en 1959, saliendo como presidente Francisco Bejarano.
Bajo el lema ‘Saber escuchar es un arte' y creyendo fervientemente en sus tres máximas: Seguir aprendiendo, Velar por la pureza y Propagar enseñando, la peña Juan Breva fue encaminando su quehacer. Así, en 1963, organiza la I Semana de Estudios Flamencos, contando con la participación de personalidades como Edgar Neville, Ricardo Molina, Antonio Mairena o Caballero Bonald. Esta iniciativa estuvo vigente hasta 1970, siendo retomada en 1997. En esta misma línea se sitúa el interés por estudiar una forma folklórica autóctona, con el valor añadido de ser germen de la familia de los cantes de Málaga, como son los Verdiales. Desde 1968 hasta hoy, cada diciembre tiene lugar en la peña la Semana de Verdiales, con conferencias y actuaciones de pandas, culminando con el pregón de la fiesta. Por otro lado, los estatutos son firmes en lo referente a la labor diaria, por lo que divide la facultad de gobierno en dos, por una parte un cuerpo administrativo y, por otra, un cuerpo consultivo formado por los miembros nombrados consiliarios, es decir, expertos en la materia flamenca que han sido elegidos mediante sufragio por el resto de socios y tienen consideración de maestros. Estos consiliarios se preparan un temario flamenco que imparten cada martes a lo largo del año, ilustrándolo con cante en directo, si hay posibilidad, o con grabaciones. Con respecto a la pureza, la cuestión es polémica de vigencia hoy día. ¿Quién dictamina qué es puro y qué no lo es? La respuesta es sencilla: las fuentes.
La peña se vuelca en recopilar su importante colección de discos de pizarra, estimándose que posee el 70 % de lo grabado en la discografía flamenca, lo que permite estudiar directamente de los creadores y sus discípulos, para así conocer la verdadera naturaleza de cada palo. En cuanto al tercer postulado, Propagar enseñando, se dice en los estatutos "fomentar la afición al flamenco, que del conocimiento nace la apreciación". En esta línea se crea en 1968 el órgano de difusión de la peña, los cuadernos de cante jondo Bandolá, un medio que apostaba por el estudio científico flamenco al tiempo que servía de escaparate a la poesía y el arte plástico más contemporáneo de la Málaga de entonces. Sin duda, la sombra que proyecta la mítica revista Litoral inunda por completo esta iniciativa que, tristemente, solo contó con dos números. Pero, sin duda, la más ambiciosa de todas las empresas de la peña es la creación de un museo ¿acaso existe mejor forma de propagar enseñando? Desde el momento mismo de su fundación, la peña comprendió, sobre todo en la persona de José Luque como valedor de Francisco Bejarano, que había que conformar un museo que sirviera de complemento tangible al conjunto de su labor. Se compila documentación, fotografías y libros especializados; se atesoran objetos que pertenecieron a artistas míticos e importantes; se recaba todo lo publicado en prensa sobre flamenco, se compra y auspicia obra de arte.
Toda esta labor fructifica en 1974, cuando tiene lugar la inauguración del Museo Flamenco de la peña Juan Breva, sin línea museográfica, sino que consistía en una miscelánea de objetos que se exponen de forma arbitraria, cual cámara de los tesoros. Pudo ser visitado hasta los años 90, cuando la casa que lo albergaba amenazó con derrumbarse, por lo que estuvo embalado y almacenado, solamente saliendo a la luz de vez en cuando, para servir de recordatorio a la ciudad en varias exposiciones de éxito. Por fin, el pasado 2 de octubre, en las nuevas instalaciones de calle Ramón Franquelo, el museo ha vuelto a abrir sus puertas, aunque aún tiene un reto pendiente: el de vertebrarse según los modelos museográficos actuales pues, todavía continúa con aquél viejo modelo de miscelánea con el que se inauguró en 1974. Sin duda debe encaminarse con urgencia a convertirse un museo del siglo XXI, donde la tecnología punta se ponga al servicio del flamenco. Solo hay que mirar alrededor y observar que los gabinetes pedagógicos de los más importantes museos del mundo se rigen por unas normas que en poco o en nada se diferencian de aquélla triple máxima de 1958, tal es el espíritu de modernidad y cientifismo que la concibió.