
Esperanza Fernández ha alcanzado ya una plena madurez artística que la sitúa entre las mejores voces del siglo. El pasado 26 de febrero presentó su último trabajo discográfico, Recuerdos, en un concierto que se convirtió en espectáculo gracias al mimo con el que cuidó hasta el más mínimo detalle: una puesta en escena personal, procurando dar a cada cante un contexto adecuado. En ella, hizo uso de algunos elementos mínimos que adquirían el valor de símbolos: un baúl para sacar de él los recuerdos de su abuela Salud, repetidas proyecciones del puente de Triana, unos pasos de baile al trasluz, campos de exterminio y gitanos perseguidos por la barbarie nazi y una lluvia de rosas en el número final. Ella misma buscó diferentes espacios a distintos niveles para interpretar cada estilo. Luego, puso al rojo vivo su voz. Una voz ensolerada, rica en matices y, sobre todo, de una gran belleza musical. Acompañada de Salvador Gutiérrez y Miguel Ángel Cortés, cantó palos tradicionales con una prestancia antigua, acordándose de sus raíces, de su Triana, y se adentró en el futuro con versiones personales por fandangos, farruca y en el himno final. Estos fueron para mí los momentos más sugerentes y emotivos de todo el concierto. Una farruca que contó con el acompañamiento del cordobés José Antonio Rodríguez y en la que derrochó conocimiento, delicadeza e intuición musical; y Gelem-Gelem, ese himno dedicado a sus ancestros que interpretó en romanó, precedido por los versos apasionados de Asunción González, autora además de la puesta en escena, y acompañada por el piano de Dorantes y con el que nos encogió las entrañas.
El 11 de marzo le tocó el turno a Tomatito. El almeriense interpretó tres solos, rondeña, taranta, soleá-tango e hizo el toque que le caracteriza: rítmico, vibrante, poderoso, con notas y pinceladas futuristas. Con su grupo, inundó el teatro de compases festeros. Lo formaban Simón y Morenito de Íllora, al cante, Lucky Losada, a la percusión, El Cristi, segunda guitarra, y José Maya, un bailaor que subió la temperatura del recital con un baile que fundía espectacularidad y pasos y figuras añejas. Tomatito abusó, sin embargo, de decibelios. Y es que muchos artistas no terminan de comprender que una sala de conciertos nada tiene que ver con una discoteca y que lo que ellos piensan que la música gana en brillantez, gana o pierde también en estridencia.
Tras el paréntesis semanasantero, el primero de abril el flamenco volvió al Teatro Central con Marina Heredia. Es penoso repetir lo que uno ya ha dicho, pero ¿qué remedio?, ¿es que vamos a tener que conformarnos con que este teatro se convierta en una caseta de feria? Marina Heredia puso su alma en el empeño e hizo casi todo cuanto estaba en su mano por complacer al público. Empezó los cantes con mimo, pero se vio desbordada por una megafonía que tanto hacía que las guitarras tapasen su voz, como que esta terminase tapando el violín de Lefévre. Hubo algún que otro resquicio en los que se pudo oír algo de cante y, afortunadamente, la granaína nos regaló un bis en el que, libre de torrenteras, pudimos disfrutar de su cante, de su voz y del sonido delicado de las aguas de su garganta. Vino acompañada de las guitarras de José Quevedo el Bola y Luis Mariano Renedo, el piano de Fidel Cordero, el violín de Alexis Lèfevre, la percusión de Cepillo y Paquito, el contrabajo de José Manuel Posada y las palmas y voces de Toñi Nogaredo y Víctor Manuel Carrasco. El público la despidió, como a todos los artistas que pasan por casi todos los escenarios, con palmas a lo sevillano.
El 22 de abril, después de un nuevo paréntesis, Rafael Estévez y Nani Paños presentaron uno de esos espectáculos que crean afición y hacen historia: Flamenco XXI: ópera, café y puro. Una obra entrañable, llena de recuerdos y pequeños homenajes. Esta obra había sido seleccionada para el ciclo Siete Producciones Nuevas de la bienal Málaga en Flamenco'07 y se estrenó en el teatro Las Lagunas de Mijas el día 24 de septiembre de 2007. Tras un arranque vibrante por toda la compañía, Flamenco XXI se recrea poniendo pasos de hoy a voces de ayer. Tal vez sea este el único pero que puede ponerse a todo el espectáculo: la excesiva duración de algunas secuencias, especialmente en la primera parte. Recortándolas, el conjunto ganaría, sin duda, en dinamismo y espectacularidad. Los hilos conductores son la inventiva, el humor y la ternura con los que se reconstruyen momentos históricos en la historia de la danza flamenca. Es una obra con distintos niveles de disfrute, desde el connoiseur que puede identificar y paladear cada uno de los tributos que se rinden al pasado, hasta el profano que queda atrapado en una lujuria de voces, imágenes y movimientos. A lo largo de casi dos horas Estévez y Paños rinden su personal homenaje al cante, al toque, incluso al saxo, y, por supuesto, al baile mismo. Ahí están Antonio Mairena, Manuel Vallejo, Juan Talega, Tomás Pavón, La Niña de los Peines, Antonio Chacón, Juan Varea, Jacinto Almadén, Pepe Marchena, Juan Valderrama, Manolo Caracol, Ramón Montoya, Niño Ricardo, Sabicas, Fernando Vílchez, Pastora Imperio, La Argentina, Carmen Amaya, Antonio y Rosario, Vicente Escudero, La Argentinita, Pilar López, Alejandro Vega, Roberto Ximénez y Manolo Vargas. Y hay viejas estampas de ayer paradas en el tiempo que también rinden su homenaje a Antonio Gades, que ya utilizó este recurso en la clásica fotografía de Bodas de sangre. Con sus autores, están Concha Jareño y Antonio Ruz como artistas invitados, y un cuerpo de baile formado por una espléndida Laura Rozalén, Gala Vivancos, Moisés Navarro, Encarnación López, Raquel Lamadrid, David Coria, Christian Lozano, Álvaro Paños, Rosana Romero e Irene Lozano.
Después de otro descanso, el 6 de mayo el Central reanudó sus recitales flamencos con Calixto Sánchez. Sonó el teclado y Calixto hizo su debut como cantante. Cantó una copla llena de nostalgia y luego dio todo tipo de excusas y explicaciones. Yo no sé qué falta hacía, porque, como él y todos sabemos, en Sevilla se aplaude todo. Y luego está la razón suprema del arte: el artista debe hacer lo que su inspiración le dicte y, eso sí, darle toda la calidad -llámese sentimiento, técnica, pasión o arte de la que sea capaz. A mí, personalmente, esa copla no me dijo nada. Menos mal que después Calixto se fajó por seguiriyas y ya pudimos sentir y disfrutar del flamenco. . En este recital que se anunció con el título de su último trabajo discográfico, Andando el camino, el mairenero hizo algunos temas de ese álbum. Como ya ocurriera en Málaga en Flamenco, nos escamoteó la serrana, pero dejó claros cuáles son sus inquietudes artísticas actuales: la música flamenca, la composición de nuevas versiones de los cantes tradicionales con sus aportaciones personales y la revitalización de la zambra. Se presentó acompañado de dos guitarras, Manolo Franco y Eduardo Rebollar, el teclado de Gustavo Olmedo, el bajo de Miguel Vargas y las palmas de dos jerezanas Sara Salado y Davinia Jaén. Nos gustaron especialmente las bulerías de La Manolita y la mariana que titula "Buscando la vida". No podemos decir lo mismo de los cantes de Levante. Son cantes que tienen un carácter que no se aviene con cualquier tipo de música y eso fue lo que pasó. Para mí era una taranta más propia de una discoteca que un cante teñido de dolor. Al final, remató con las alegrías de La Lola se va a los Puertos y aprovechó para reñir a los que, según él, han tardado años en identificar su gaditanía, y arrancó los aplausos del público.
El martes siguiente, 13 de mayo, fue la "Noche de Jerez". Un recital con dos caras bien diferenciadas, representativas de lo que muy bien podríamos llamar la noche y el día. La noche fue Luis el Zambo, que, acompañado por la guitarra de Manuel Herrera y la percusión de Chícharo y Gregorio Fernández, fue la representación de una tradición conservada a ultranza, sin apenas concesiones. Hubo una que no estaría de más que fuesen desterrando los artistas: ese levantarse de la silla antes de rematar debidamente un cante, cuyo efecto más ostensible es que el público no oiga el último tercio completo. Por lo demás hizo el recital que sus incondicionales esperaban: seguiriyas, bulerías, cantiñas y taranta con cartagenera. Tras un descanso de 15 minutos, amaneció sobre las tablas del Central. Llegó el día y el futuro. Mercedes Ruiz hizo un baile depurado. Demostró un dominio técnico exquisito y prodigó imaginación y señorío, esculpiendo con su cuerpo figuras de gran belleza plástica. Con las voces de Jesús Méndez, El Londro y David Lagos, y con la percusión de Perico Navarro, empezó por martinetes, luciendo unos pies limpios y sonoros, moviéndose con elegancia y gusto, moldeando actitudes que conjugaban el respeto por la tradición con la aventura de la modernidad. Tras un intermedio con la guitarra de Santiago Lara, Mercedes remató por soleá, con un baile largo, denso, rico en contenido y lleno de estampas antiguas. Fue todo un derroche de arte.
Texto: José Luis Navarro / Fotos: FVS