
El último tramo de 2006 acogió los siete primeros espectáculos de los Jueves Flamencos de El Monte, que han dejado en Sevilla diferentes estados de ánimo, que van desde la mayor de las satisfacciones, hasta la peor de las decepciones. El estado emocional por el que Manolo Sanlúcar viene pasando los últimos tiempos no es el más idóneo para enfrentarse un público, pero sí el más favorable para abrirse en canal al dialogo musical más sincero. Así, al menos, se mostró ante el público sevillano con Tres momentos para un concierto. Que su guitarra deja a un lado la verbena habitual de otros para abrazarse al buen gusto y a la sensibilidad más absoluta, es la sensación que dejó el tahonero. Su forma de componer se sostiene sobre un olfato musical ajeno a la repetición que aborrega, estructurándose sobre novedosas y singulares fórmulas, que terminan imprimiéndole un carácter a su obra tan original como imposible de alcanzar. Es tan dulce su manera de interpretar, tan inteligente y noble el sonido que saca a su instrumento, que cualquier público es receptor potencial de ese manantial de la mejor de las músicas; desde la introducción aljibesca hasta su visión de Romero Ressendi, pasando por la lección de Tauromagia bañada con el poemario de Lorca. Una actuación memorable.
El primer taconazo de la muestra lo puso Merche Esmeralda con Ayer, hoy y siempre, que debía enmendar lo expuesto por la maestra en la clausura de la Bienal. Aquí, dejó por alegrías, soleá y tangos el sabor de lo tradicional, pero con los exabruptos delicados -todo en ella es así- de las incursiones, tanto corporales como musicales, con que la modernidad madrileña (inodora, incolora e insípida) lo tiñe todo. Así, fueron pasando los minutos, queriendo pero sin poder. La provocación necesaria, el gesto preciso, el movimiento delicioso, el braceo que enamora, la cabeza que manda, las caderas que traen loco al aire... Todo, menos el mensaje directo, abundante de contenido, que hizo que la comunicación fuese imposible. Por todo lo contrario, nos preguntamos si Niño de Pura será tenido en cuenta pronto como el fenomenal guitarrista que es, o si va a seguir de por vida en la insulsa lista de velocistas de las seis cuerdas que los públicos facilones crearon con el descubrimiento de Paco. Porque el verdadero secreto de Daniel se esconde -como en Muñoz Alcón, su mentor- en lo delicado y recóndito de sus composiciones. En lo inédito de su expresión colmada de belleza. Este Niño, es mucho más que su trepidante picado. Es el calor del taranto con la soleá a fuego vivo, y la frescura inmarchitable de las alegrías y la guajira. La solidez de una interpretación tan segura como veraz. Tan indeleble como directa a nuestros corazones.
Los mismos términos podríamos utilizar para hablar del baile de Javier Barón. Lo anhelábamos tanto que, sus ganas con nuestras ansias, dejaron abiertas de par en par las puertas de la percepción a lo que pudiese ocurrir. Y pasó que Dos voces para un baile nos apabulló de talento y verdad en forma de muestrario de bailes. De la bulería a la farruca, sin olvidarnos de la trilla, las alegrías, las tonás o la guajira. Destacó sobremanera, la capacidad de hilar las músicas -bien por Faustino Núñez- primero; después la habilidad coreográfica de Barón para ir argumentando el discurso expresivo sobre ellas. Todo en tres partes, bien proporcionadas y estructuradas a merced del buen baile, con lo que cada vez nos encontrábamos más arriba en el espacio. A la inversa que la noche de Miguel Poveda. El flamante Giraldillo venía a callar las bocas de aquellos que gritamos lo grande que le queda ese galardón, que nada vale ya. Tras su paso por el auditorio de la calle Laraña, seguimos en lo mismo. Para analizarle estéticamente, hay que partir de una realidad que nos consuela: conoce el repertorio. Pero en su interpretación, es gélido como un papagayo que repite lo que sabe. Sin matices diferenciadores. Mas lo que realmente nos ofende es su fullería cuando dice el cante porque, encandilando a su público con esos desarrollos melódicos cuasi churriguerescos, busca atajos para llegar antes. Sin ceder al agotamiento, amparándose en la media voz y el falsete. ¿Por qué no cantó por seguiriya?. Para no despeinarse. Inteligencia morentiana.
Y lo que Poveda es al cante, El Pipa al baile. Directamente proporcional en casi todo, con un mismo fin: la ley del mínimo esfuerzo. Aunque si de Poveda decíamos que conocimiento y técnica son sus mejores armas; el jerezano ha dejado de lado ambas cosas para hacer de su baile algo muy parecido a nada. Y nada es nada. Observándolo en escena, nos hizo creer que su presencia en este ciclo era puro trámite. Ni se empleó a fondo, ni se preocupó de llegar más allá. Ni que decir tiene, que el público se lo consintió todo. Nosotros, por nuestra parte, sentimos que asistíamos al final de un artista que, en realidad, no ha llagado ni al ecuador de una carrera que esperamos retome pronto desde donde la dejó hace algún tiempo. Quizás deba el bailaor contagiarse del espíritu de sus paisanos de la Zambomba Jerezana de la Peña Tío José de Paula con quienes pusimos punto y final al año. Esta trouppe de auténticos artistas hicieron las verdaderas delicias de los presentes, acaparando nuestra atención en todo momento y dejando el sabor auténtico de las tradicionales fiestas navideñas. Inmejorable forma de cerrar el año.
Con el nuevo calendario, se ha retomado el programa previsto con la catalana Mayte Martín, que trajo cantes como la petenera, la vidalita, malagueñas con rondeña y fandango de Yerbabuena, seguiriyas con cabal del Pena, garrotín y guajira para la primera parte de su espectáculo. Todo muy comedido y dosificado interpretativamente hablando. Y para la segunda parte, los temitas que nutren buena parte de sus dos obras discográficas relacionadas con el flamenco, con los que se metió al respetable en el bolsillo. A su favor, la entrega demostrada a pesar del aparente catarro. En su descargo, la manera tan insulsa que tiene proyectar los cantes -a medio camino entre Poveda y Ana Reverte- con los que tiene asegurado el éxito entre los más pestiñosos sin llegar, de ningún modo, a la fibra sensible del aficionado de nivel superior.