
La mejor programación de Sevilla ha contado para su segundo tramo con gente muy joven que ha destacado por su buen hacer y conocimiento de la materia, sobre todo en el baile. Otra cuestión bien distinta ha sido la manera de enfocar cada uno de los espectáculos. El caso de Andrés Peña y Pilar Ogalla es representativo de lo que decíamos porque, si bien ambos demostraron llevar adelante A fuego lento con una frescura placentera, fue por esa base tradicional que podía entreverse en cada número. El primero sobresalió por una técnica depurada, que desaprovecha por mor de un abuso ilimitado de la misma, que deja escaso lugar al sentimiento. En cambio, Ogalla se acerca más a la armonía entre ambos elementos, llegando a entusiasmar incluso en ciertos momentos de la noche. De todo ello, quisiera destacar que este tipo de colaboraciones entre artistas desconocidos por el gran publico, es una de las pocas salidas que quedan a quienes no han tenido la suerte de contar con el marketing de otros/as, a los que el tiempo pondrá en su sitio.
El vientecito que entra por Cádiz nos trajo a Rosario Toledo, que nos propuso un vis a vis intimo con su baile detallista y personalísimo. Para ello, se basó en los cantes insignes de la Tacita, dejando en la malagueña de El Mellizo constancia de lo difícil de la evolución de este arte sin llegar a salirse de las normas establecidas. El Aire de Cádiz reportó detalles por soleá que la voz de El Extremeño se encargó de adornar, poniendo en bandeja a la gaditana infinitud de matices en lo que asirse en su continuo movimiento. Pudimos ver un más allá en martinetes y seguiriyas, avanzando hacia lo contemporáneo pero sin estridencias que pudiesen rallar en lo excéntrico. Y así hasta desencadenar en los tangos con sabor a bellota y caña del país, en los que pudimos contemplar a una bailaora que pide a voces -como otros muchos- más espacio para terminar de cuajarse como interprete y dejar constancia plena del concepto artístico que viene defendiendo.
La puesta en escena de Bordón de Trapo fue el acontecimiento guitarristico con que abrimos el mes de febrero. Miguel Ángel Cortes traía su segundo disco bajo el brazo con la idea de convencernos de su calidad compositiva, algo que reconocemos con el único pero de la falta de originalidad de ciertos pasajes de los números interpretados, que no aguantan el clímax que autogeneran. Es por ello que no percibimos en ningún momento la mano de Gerardo Núñez en la producción. En cuanto a la ejecución de las piezas, Cortés es seguro y técnico hasta donde los lógicos nervios de encontrarse solo le permiten. En cuanto al repertorio, desde la belleza de la granaina con que abrió la noche, hasta el arrebato de la seguiriya, pasando por la deliciosa guajira o las sencillas alegrías, Miguel Ángel captó nuestra atención hasta que algún estirado rompía la magia. Ese esplendor es el que se esperaba con Dani Méndez y Arcángel en escena y por separado, pero hubo demasiada improvisación entre los guitarristas y demasiado desarrollo en la garganta del alosnero. Desconcierto y desilusión a partes iguales.
Otro joven valor del baile es Ángeles Gabaldón, cuya baza para conquistar la Sala Joaquín Turina fue la sensualidad que derrocha con sólo figurar en escena. Si a ello sumamos la guitarra que hace enloquecer de Rafael Rodríguez, tenemos el dialogo artístico completamente asegurado. Como así fue de principio a fin. Nos enganchó con la guajira de salida, y con el tercio medio de su cuerpo fue apoderándose de la atención del respetable, que no parpadeó hasta que Ángeles relajó todos sus músculos para encaminarse al camerino. La inclusión de David Morales en soleá por bulerías aportó al espectáculo la hondura que quizás podría demandarse al final, y preparar los sentidos para los tientos y las alegrías de cierre. En estas, la armonía de sus movimientos se hicieron más contundentes, sin perder nunca de vista la mirada del publico y correspondiendo con el gesto el contexto emocional que reinase en el momento.
Traer a la hija de Tomatito a esta programación es un pecado de la organización que debe tener una explicación lógica. O no. Lo cierto es que lo pasamos mal viendo a Mª Ángeles Fernández, que no está preparada ni para cantar en el fin de curso del Instituto de su barrio, sucumbir ante tal compromiso. Incomprensible. Lo único que le reprochamos a ella es que pretenda ser una copia de Estrella Morente, como nos hizo ver por alegrías. Si es así, debe saber que antes de empezar se ha apagado su llama. ¿Quién es el irresponsable que dirige la carrera artística de esta criatura?. Para cuando la experiencia y la seguridad de La Macanita habitó entre nosotros, las deficiencias de la futura triunfito -de eso se encargarán los de siempre- se multiplicaron por mil. Porque Tomasa venía además acompañada por una de las guitarras más completas de la juventud tocaora: la de Manuel Parrilla. Así, en la soleá se vivieron momentos de gran lujo. En la seguiriya, Parrilla pegaba autenticas cachetadas a nuestras almas y Macanita no cantaba: se quejaba por nosotros. Mas como siempre, el público sólo encontró regocijo en las bulerías.
El punto y final a esta crónica lo pone Errante de Hiniesta Cortes, a la que los programadores tendrán que poner cinco estrellas junto a su nombre y su número de teléfono cuando revisen su agenda. Cierto que su estética corporal no le favorece, que su manera de enfocar el repertorio a ejecutar esa noche no fue el más aconsejado o que el argumento que sirvió de eje central era tan poco pretencioso como el espectáculo en si. Sea como fuere, vimos a una mujer que sabe hacer las cosas muy bien, que defiende con bastante solvencia cuantos recorridos nos propuso, por más que la frialdad de los asistentes nos hiciese pensar que esa noche el patio de butacas de la sala Joaquín Turina estaba llena de pingüinos. Aun así, del escenario salió fuego.