
El cuarenta aniversario de la Caracolá de Lebrija, celebrado el pasado 16 de julio, pasará a la historia por uno de esos momentos especiales que nadie espera. Sucedió durante la imposición del V Caracol de Oro a las hermanas Fernanda y Bernarda de Utrera. Todos los artistas anunciados subieron al escenario para protocolizar el acto y, cuando Manuel Curao hizo el ofrecimiento del preciado galardón, Bernarda, fuera de guióny a instancias de Miguel Funi, se arrancó por bulerías como mejor muestra de agradecimiento. Fue entonces cuando su voz nos recordó toda la tradición cantaora que unifica a Lebrija con Utrera. Cantes cortos, acompasados y llenos de esa verdad y autenticidad nacidas de la vivencia y el encanto. El sabor inundó el recinto y nos devolvió muchos años atrás en recuerdo de esos encuentros, desprovistos de todo interés mediático, cuando dialogaban en jondo su hermana Fernanda, La Perrata y la propia Bernarda. Como palmeros de excepción se contó con Mercé, Moraíto, Fernando de la Morena, Lebrijano, el Funi, Curro Malena y Manuela Carrasco quien no tuvo más remedio que arrancarse entre la admiración y el respeto de todos. Los duendes no avisan y como casi siempre se saltan las previsiones. Y eso es precisamente lo que sobra hoy en este tipo de convocatorias, tanto guión y tanto cumplimiento con los horarios previstos.
Antes y después del mágico momento, la Caracolá adoleció de esas constantes tan criticables en los festivales veraniegos, pese a que la organización hizo un ímprovo esfuerzo en la mejor consecución de la efeméride. Por un lado, la dilatada extensión: de 11 de la noche a casi 6 de la mañana multiplicada por la excesiva repetición del sota, caballo y rey. En 7 horas de espectáculos se ofreció el triste balance de 4 estilos flamencos: todos interpretaron exactamente lo mismo y, lo que es peor, casi de la misma manera. Hay un déficit de personalidad importante. Por otro, la poca implicación de los artistas, quienes exigen unos cachés millonarios pero se les nota demasiado cumplidores de la obligaciones pactadas, ni un suspiro más.
El momento vividó con Bernarda es indicador: se pueden y deben buscar nuevas fórmulas para evitar el "canto y me voy", pues cuando se echó mano para el fin de fiesta no quedaba un solo artista, pero es que tampoco había ya público. Teniendo esas figuras relumbrantes se pueden planetar situaciones que salgan de lo estandar, como dejar que el deseado abrazo fraterno entre Jerez, Lebrija, Utrera y Sevilla se hiciera efectivo de muchas formas: un diálogo entre la bulerías más pausada y romanceada de Lebrija con la chispa de Jerez; un Mercé que le de dos pinceladas por soleá a Manuela Carrasco; un Moraíto que rivalizara en buena lid con los toques lebrijanos de Antonio Malena o Pedro María Peña...Pero se dejó marchar la oportunidad y uno tras otro, en fila india, para hacer soleá, siguiriyas, fandangos y bulerías (sic). Y adios. Abrió puntual un cuadro de Lebrija para crear ambiente comandado por la guitarra de Niño Carrión y las voces de Juana Vargas y la debutante Anabel Valencia. Fernando de la Morena acudió asistido por Fernando Moreno muy en su línea y aportando algunos destellos por bulerías; Lebrijano estuvo motivado y tiró del repertorio para romancear y dejar caer alguna cantiña de interés. José Mercé se entregó pero sacó lo mejor de sí en la siguiriya del Marrurro. Y tras el descanso, se rompió el esquema con el baile porque lo que se llevó fue un espectáculo completo preparado para un teatro con más de hora y media de actuación con apariciones esporádicas de la Carrasco, genial como siempre. Pero lo ofrecido no casa con el modelo de un festival. Un Funi contestario y un Malena desmotivado por la grada casi vacía pusieron fin a un aniversario del que se esperaba más en todos los órdenes. En la retina quedará ese cante masticado de la Bernarda, palmeros incluídos.
Texto: José María Castaño