Antonio Canales y Livio Gianola, estrenaron mundialmente en el Central Bohemio (Un encuentro en el Mediterráneo). La organización pensó en dos jornadas para que nadie se perdiera lo último del polifacético bailaor, pero sobró más de la mitad del taquillaje. Con respecto a lo que nos importa, Bohemio carece de argumento para el baile, y tiene como columna vertebral las obras para guitarra del italiano, que saldrán al mercado en breve. Pólvora mojada para una promoción discográfica descarada. Musicalmente, Gianola no pasa de ser un guitarrista más de grado superior de cualquier conservatorio. Observamos carencias en ataque, intención y, sobre todo, en creatividad compositiva. En cuanto al baile, encontramos a un Canales pasota. Esto supone un espectáculo más para él; una faena al alimón que, aunque rubrica, no le quita el sueño. Quizás por ello tuvo detalles interesantes. No llegan a cinco sus apariciones sobre un entarimado propio de carrusel de feria, con luces de colores bajo metacrilato y aluminio; en las que, admirablemente, nos entusiasmó en determinados momentos de la seguiriya, la farruca y la soleá por bulería, que hicieron que cruzáramos el Puente de la Barqueta, de regreso a casa, todavía con la vista puesta en Triana.
Viaje al Sur, del Ballet Andaluz de Cristina Hoyos, sirvió para clausurar el apartado flamenco del ciclo. Aunque no era estreno, el carácter comercial de la obra, la demanda de público y su calidad -a qué negarla-, obligaron a programarla en cinco funciones. La propuesta no puede resultar más rentable. Se tacha de poco arriesgada, pero no por ello es menos la dificultad que entraña llegar a tal grado de perfección. El argumento gira en torno a tres estados de ánimo, en los que un cuerpo de baile, magistralmente aleccionado por Cristina a la manera del maestro Gades, crea bellísimas estampas que rara vez distorsionan nuestros sentidos y que, a la vez, pueden digerirse por todo tipo de públicos. Y para los más exigentes, El Junco -al que recordamos hace diez años conquistando el premio por alegrías de la Peña La Perla- pone el baile de pellizco. La maestra también interviene y su problema de pies no es óbice para que deje a las claras que, con lío político o sin él -el Lope de Vega parecía una sesión del Parlamento andaluz-, le sobran recursos artísticos para dejar callado a quien ose toserle. Todo ello, con la música de un José Luis Rodríguez cada vez más imprescindible en estos menesteres. El onubense demuestra que no es sólo poner acordes e hilarlos a través de escalas afines. Esto, convertido en pobre recurso cuando hay que componer falsetas como churros, es despreciado por el compositor, devolviéndonos bellas melodías tan coherentes como tradicionales. Un guiso perfecto, al que no le sobra (aunque sorprenda) ni el "Gracias a la vida", ni el "Corazón Partío" de Alejandro Sanz, que ve como una de sus obras -sobre todo en la garganta de Miguel Rosendo-, suena por fin a flamenco.