Poner Revista La Flamenca. Francisco Reina. Málaga. Auditorio Museo Picasso Málaga (MPM) 15/4/2011
Rocío Molina, arte con mayúsculas
Era una cita con la historia –el ciclo ‘Flamenco en el Picasso. Nombres propios’ tocaba a su fin con un homenaje a La Argentinita- y la figura estelar de Rocío Molina se erigió en la gran protagonista de la noche del 15 de abril, en el auditorio del Museo Picasso de Málaga. Fue un brillante cierre a la segunda edición de este ciclo de conferencias ilustradas. Previamente, la crítica de danza Marta Carrasco disertó sobre la figura de La Argentinita, para lo cual contó con la inestimable colaboración de la también bailaora Luisa Triana, que conoció a la homenajeada, pues fue pareja artística de su padre, Antonio Triana. Testimonio de primera mano que convirtió en interesante y amena una charla que dejó al público ávido por conocer más detalles. Además, como bien apuntó Carrasco, de alguna manera, la propuesta rompedora de Molina está en consonancia con la inquietud creativa de La Argentinita.
La bailaora malagueña, galardonada con el premio Nacional de Danza en 2010, ofreció una muestra de su último espectáculo, ‘Danzaora’, término que considera más ajustado a su propuesta, que integra distintas escuelas artísticas, como la danza clásica, el baile clásico español, las escuelas bolera y folclórica y, por supuesto, la flamenca.
Apareció en escena en completo silencio y con una pandereta, que ella misma tocaba para acompañar su danza. Por momentos, pareciera una contorsionista. En este nuevo montaje, concede un papel preponderante a la percusión de distintos objetos que casan bien con su baile. El zapateado va aumentando en intensidad. Es una composición artística que va más allá de los cánones del baile flamenco, pero hay pureza, esencia, bajo esas formas nuevas.
Pese a su corta edad –veintiséis años- y su pequeña estatura, estamos, sin duda alguna, ante una de las más grandes bailaoras de todos los tiempos. Es un prodigio de equilibrio y de ritmo incesante, frenético, que contrasta con momentos de quietud plena. En un momento dado, se pone un vestido sobre las mallas en un rincón del escenario y baila por bulerías, con Carmona al cante y ¡a la mandolina! Es un espectáculo rompedor y clásico a un tiempo. Tras un solo de guitarra de Eduardo Trassierra, vuelve por sus fueros, esta vez por seguiriyas. Su baile rezuma la solemnidad y la tristeza profunda propias de este palo. Conjuga perfección técnica y belleza plástica. El respetable acaba puesto en pie, rendido ante tal despliegue de arte con mayúsculas.