
Ha sido la bailaora más homenajeada del flamenco y, sin duda, se lo merecía. En sus cortos cincuenta años de vida, Carmen Amaya pasó de vivir en la pobreza de una barraca a codearse con el mismísimo presidente de los Estados Unidos o los artistas de Hollywood de los años 40. Nació en Barcelona en 1913 y a los cuatro años comenzó a acompañar a su padre, el guitarrista José Amaya "El Chino", por los bares y tablaos para ganarse la vida cantando y bailando. Su baile revolucionó a la gente de la época y pronto comenzó una meteórica carrera que le llevaría a los teatros más importantes del mundo. No había aprendido en ninguna academia, su baile era fruto de su sentimiento y de su alma. Quien la veía bailar se preguntaba si aquello era baile de hombre o de mujer. Lo cierto es que era baile de genio. De cintura para arriba, su braceo perfecto y femenino creaba figuras antes nunca vistas; de cintura para abajo tenía la fuerza y la rapidez de un hombre de 20 años. "Nació con el baile dentro, un baile hecho de oro añejo", escribió Vicente Marrero de ella. Destacó por su baile y destacó también por su generosidad.
Nunca tuvo anhelo de amasar fortuna a pesar de que ganó mucho dinero sobre todo durante sus continuas giras por América. "No, de verdad que no he manejado nunca plata. Me estorba. Hay muchas desgracias en el mundo. Si lo tengo, al primero que me lo pide se lo doy. Y si no me lo pide nadie, pago por un paquete de cigarrillos 10 veces más de lo que vale. Así, me voy sin una perra en el bolsillo y duermo a gusto". Tras once años en América, Carmen volvió a España en el año 1947. Rodó numerosas películas, la última de ellas fue "Los tarantos" de Rovira Beleta. Durante el rodaje Carmen demostró una entereza sobrehumana a pesar de que su enfermedad renal estaba ya muy avanzada. Murió unos meses más tarde sin ver estrenada su última película y tras derrochar su arte por última vez en Málaga. Tres años después de su muerte se inauguró en el Parque de Montjuic, hoy Jardines Joan Brossa, un monumento en su honor. En Begur, la ciudad de Gerona que la vio morir, también se erigió un monumento en su honor. Debido a la huella que dejó durante su larga estancia americana, la ciudad de Buenos Aires bautizó una de sus calles con el nombre de Carmen Amaya. Casualmente Carmen también pudo disfrutar de monumentos en su honor en vida. Fue en 1959, cuando se inauguró en Barcelona la Fuente de Carmen Amaya; con este motivo Carmen celebró una función benéfica en el Palacio de la Música, que registró el mayor lleno de su historia. Una nueva muestra de su genialidad y entrega.
Texto: Yessica Brea