Revista La Flamenca: Revista nº 4 /año 2004 Mayo Junio/. Antonio Ortega. (Escritor y periodista)
A tenor de las últimas fiestas sevillanas, el tópico ha vuelto a aparecer en los corrillos flamencos y en otros de procedencia folclórica. Otra vez, la eterna pregunta que de aplicar mínimamente la lógica, no precisaría respuesta, al menos en estos foros: ¿son las Sevillanas un palo del flamenco? Su análisis, nos dice que no. Aunque si tenemos en cuenta la información que por ahí furula enmarcada en un cuestionable (muy cuestionable) árbol genético del flamenco, del que lo mismo podría pender una manzana que una berenjena, las sevillanas son un palo más de los que cuelgan de su desordenada ramificación. Pero ojo. Porque cada teórico ha plantado su árbol particular.
Cierto es, y así está documentado, al menos en su origen bailable, que la procedencia de las sevillanas está estrechamente unida a las incipientes manifestaciones preflamencas que formaron parte del germen creador del arte jondo. Así ha sucedido con cantes fundamentales como la malagueña (incluso alguna con nombre propio como la de Juan Breva, o la del Canario en su principio), o como también ocurriera con la petenera. Éstos, tuvieron un origen bailable de rango folclórico; pero con el tiempo se fueron despegando de su carácter dancístico para aflamencarse en las gargantas de los primeros intérpretes flamencos. Hoy nadie los discute. Sus desarrollos no fueron autónomos, sino que tuvieron que depender en gran medida de la aportación creativa e interpretativa de cantaores indispensables en la historia.
El caso de las sevillanas, ha tenido un devenir similar, pero en cambio, no llegó a cuajar como estilo definido de cante flamenco. Su estructura, construida sobre cuatro “coplas” o “cantes”, la aleja del formato flamenco definido, también su métrica primigenia. El origen de este género, según los historiadores, se localiza en la seguidilla castellana, ya recogida en el Cancionero de Palacio en tiempos de los Reyes Católicos (S. XV). Donde están documentadas como inicio de cantares breves. Pero es en el siglo XVII cuando nace la seguidilla sevillana.
Luego, en el XVIII, con la llegada borbónica, el afrancesamiento y el nacimiento del bolero, el baile de la seguidilla es adaptado en las academias dando como fruto las seguidillas boleras; definición que ha servido para catalogar uno de los numerosos estilos existentes. Fue en 1847, coincidiendo con la feria del ganado de Sevilla, cuando este género toma su nombre definitivo: ”Sevillanas”. Por entonces, su estructura métrica estaba formada por cuatro versos de siete sílabas los impares, y de cinco los pares, en rima consonante (con el paso del tiempo y la aparición de los primeros grupos se impuso el octosílabo).
Como remate, tenía un estribillo de tres versos; el primero y el tercero, de cinco sílabas, y el segundo, de dos. Con esta métrica – aún conservada en algunos estilos- llega hasta el pueblo llano, que las interpreta en las fiestas familiares que hacían en los corrales de vecinos. Gracias a ello, las sevillanas se popularizan y alcanzan su primera denominación plebeya: sevillanas corraleras. La musicalidad, por entonces, era totalmente folclórica, su ritmo acelerado, su temática de contenido picaresco y sólo se cantaban para ser bailadas: unas, en las academias de bailes de salón y fiestas de la burguesía, y otras en los mencionados corrales y celebraciones populares. Con estas características, las grabaron cantaores flamencos del pasado siglo como El Mochuelo, La Rubia, la Niña de los Peines, Escacena o Vallejo, entre otros. Pero, aun siendo cantaores flamencos, las sevillanas que ellos plasmaron no eran flamencas. Ni se aflamencaron en sus voces, como ocurrió con la malagueña o la petenera. Al parecer, ni siquiera lo intentaron. Seguramente ellos -sobre todo El Mochuelo- no vieron en este cante los mimbres necesarios para codificarlo y convertirlo en un palo flamenco.
Hubo que esperar a los años setenta del siglo pasado, para oír las primeras tonalidades flamencas en una sevillana. Su protagonista no fue otro que Paco Palacios Ortega, El Pali. El eterno trovador de Sevilla, fue el primer solista especializado de la historia de este cante. Él fue el primer cantaor que imprimió un quejío flamenco a las sevillanas; ralentizó la velocidad que traían, las sentó, a modo de cantaor flamenco, en la quietud de una silla para que pasaran a tener rango de cante para ser escuchado. Llevó sus composiciones al toque por medio y al toque por arriba, predominantes en los palos flamencos. Fusionó la soleá del Zurraque con las sevillanas; del mismo modo que lo hizo con la seguiriya y los caracoles. En la voz de El Pali, las sevillanas se hicieron flamencas, pero sin alcanzar la condición de “palo flamenco”.
Luego (tras la aparición de Sal Marina, el grupo más flamenco de la historia de las sevillanas), llegaron otros cantaores como La Paquera, Chiquetete, El Turronero, Camarón, Paco Taranto, Duquende o El Pele que también hicieron incursiones en el género imprimiéndole un sello de identidad flamenca innegable. Pero, eso sí, pasando siempre por la dependencia de sus gargantas. En resumen, las sevillanas son flamencas si el que las interpreta hace que así sea, lo mismo, a mi parecer, que los cantes de ida y vuelta, aunque éstos tengan un origen distinto, y den pie a otro debate.