
La revista La Flamenca ha tenido el valor de encargarme un artículo sobre dos de mis devociones principales: los libros y el flamenco. Advierto que será un artículo apasionado. No sabría hacerlo de otra forma. Yo he defendido y defenderé siempre que la literatura flamenca ha sido fundamental en el desarrollo social y musical de este arte. Considero como hitos en la historia del flamenco las ediciones de libros como la Colección de cantes flamencos de Demófilo, en 1881; el Flamencología, de Anselmo Gómez Climent, en 1955; o el Alegato contra la pureza de José Luis Ortiz Nuevo, en 1998. Haciendo un brevísimo repaso histórico recordaré simplemente la importancia del libro Arte y artistas flamencos, de Fernando el de Triana, no ya por su importancia intrínseca, sino por ser una de las primeras autoediciones del flamenco (auspiciada en buena parte por la Argentina, eso sí). Este cantaor, guitarrista y gran letrista flamenco, fue consciente de que su libro dejaba una huella imborrable de una etapa imprescindible de este género. Para ello, no sólo reseñó la vida y obra de los cantaores de su tiempo, sino que recopiló una serie de fotografías que nos permiten hoy en día hacer tangible una herencia que si no es por la sensibilidad de este artista nos hubiera llegado mutilada. Siguiendo el repaso histórico no puedo dejar de acordarme de ediciones Demófilo, sacada adelante entre Madrid y Córdoba por un grupo de entusiastas. Una de sus colecciones llevaba el nombre más hermoso que pueda imaginarse: ¿Llegaremos pronto a Sevilla? En recuerdo de las palabras que Ana Ruíz, madre de Antonio Machado, dijera en el largo y tortuoso camino hacia el exilio en Colliure.
El panorama actual es bastante esperanzador pero no debemos relajarnos. La mayor parte del peso en la edición flamenca se lo llevan desde hace tiempo los libros dedicados a partituras de grandes guitarristas. Estos libros tienen un mercado mucho más amplio que otros. La paradoja, como casi siempre, es que hay mucha más demanda en el extranjero de este tipo de ediciones. En lo que se refiere a libros de flamenco hay un gran déficit de estudios serios y rigurosos sobre aspectos concretos del flamenco. Libros como los publicados por Luis y Ramón Soler en torno a la obra de Antonio Mairena, o las monografías rigurosas del profesor José Luis Navarro sobre el baile flamenco son bienes muy escasos. Por un lado, debemos estar esperanzados en que las nuevas hornadas de investigadores y estudiosos del ámbito flamenco continúen produciendo libros interesantes. Por otro lado, las editoriales también deben estar a la altura cuando llegue el momento, saber seleccionar, y publicar libros que aporten cuestiones de interés para los aficionados y sigan abriendo caminos para el flamenco.
Pero al mismo tiempo, con ser importantísimas las aportaciones en el terreno de la investigación, yo abogaría también porque proliferen libros donde el flamenco lata, viva y se desarrolle mezclado con otras manifestaciones. Hacen falta novelas de temática flamenca, comics, libros de poesía (y no sólo hablo de recopilaciones de letras). Hacen falta opiniones por escrito (por qué no), atender a los cambios éticos y estéticos del flamenco. No es bueno demandar solamente una bibliografía especializada como no es bueno intentar reducir al flamenco a espacios escénicos determinados. Ni todo flamenco bueno es el que se manifiesta en el teatro ni todo el saber flamenco está en los libros eruditos. El flamenco, como la escritura misma, como cualquier manifestación artística, tiene sus límites puestos en la misma libertad de la que ha nacido.
Juan Diego Martín Cabezas