
Según indagaciones últimas, de momento no alteradas por hallazgo alguno que las invalide, hasta 1910 -exactamente el 12 de marzo de 1910- no se reconoce escrita la palabra BULERÍA como estilo flamenco. Fue en la promoción de lanzamiento de los primeros discos que impresionó Pastora Pavón para la Compañía Francesa del Gramophone. Pedazo de anuncio en el Diario de Cádiz, compartiendo página con el genial Caruso, y en uno de sus registros, el X5.53010, se dice: Tientos y Bulería. Es, repito, mientras no se encuentre referencia anterior, la que en 2009 -un siglo después- podemos considerar como primigenia. De este modo tan sencillo y expeditivo, trascendente y capital, la Niña de los Peines, y su discográfica, rebautizan pa los restos de la vía un cante, un estilo, una forma del género, de indudable origen grupal -primitivo y anterior-, colectivo de palmas a compás, que con el nombre de Jaleo, se había venido practicando en abundancia por el proceloso siglo XIX. De mientras y hasta entonces, bulería, vocablo precisamente cañí, y como tal reconocido en los diccionarios de la época (Véase Vocabulario del Dialecto Jitano por D. Agustín Jiménez. Sevilla, 1846), para nada se relaciona con el cante ni cosa que se le parezca: exactamente significa embustería. Testimonios hallados, tanto en obras literarias como en artículos y gacetillas de periódicos de entonces, certifican su uso con esta precisa acepción.
Sirvan estos testimonios, entre los más que hay, para poner en evidencia que mucho tiempo antes y aún después de que Pastora tuviese la feliz ocurrencia, bulería-embustería estaba en el entendimiento de las gentes. Siéndolo así, el enigma, la pregunta, es: ¿Cómo es que sabiendo Pastora lo que significaba se atrevió a bautizar su arreglo llamándolo embuste? La Cofradía Científico Lúdica El Jaleo se constituye pues, para intentar averiguar, en las vísperas mesmas de su primer centenario, cómo pudo ser aquello; rastreando huellas que delaten los motivos, razones y los argumentos que se dieran proclives al cambio en la denominación de origen; y cómo fue, cómo se formalizó, si es que en algún escrito -que se conserve y se descubra- eso se recuerda. En el empeño somos ahora mismito -a más de quienes se quieran agregar- Luisa Ayllón y Laly Pablo y Francesca Ceccherini y Patricia Noelia Romero y José Luis Navarro y Eugenio Cobo y José Gelardo y Miguel López y Javier Osuna y un servidor. La tarea se ha programado en dos fases: la primera, en la que estamos, consiste en averiguar lo más que se pueda de lo acaecido entre 1905 y 1909. Miramos en la prensa de Cádiz y en la de Jerez, Sevilla y Málaga, miramos en La Habana, en Murcia, en Madrid y en Barcelona... También en libros y libretos de esos años, para ver qué y cómo lo decían aquellos personajes de sainetes y zarzuelas, andaluces de pro. En suma: pretendemos alcanzar cuanta más información se pueda relativa a este periodo, cuando no se nombra aún en flamenco a bulería. Es tiempo para descubrir el irresistible ascenso de farrucas y garrotines que se dio en el lustro, así como la permanencia multipolar del tango y aún de peteneras y malagueñas sentidas y tan tiernas. Y contemplarlo por sus modas y tendencias, en salones fiestas y teatros. Ese conocimiento nos dará pistas todavía más precisas para establecer en sólida base los argumentos que se consideren hipótesis sostenibles. Con ellas en archivo, se debe cumplir la segunda fase del trabajo: extendiendo el campo de la investigación cinco años más, hasta 1915, a fin de comprobar su aparición y asentamiento, y cómo crece en los medios bulería de modo natural; no para significar embuste sino forma, estilo, modo, también llamado palo, del flamenco.
José Luís Ortíz Nuevo