Hará de esto más de veinticinco años leí una reseña sobre el polémico ensayo de José Bergamín "La decadencia del analfabetismo". En aquel momento, inmerso en transcripciones de solos y falsetas de guitarra flamenca muy "alfabéticas", no le di mayor importancia. Al cabo de mucho tiempo, después de haber convivido con gitanos de las Zambras del Sacromonte, tocado ocho años en el tablao cordobés "La Bulería" y acompañado regularmente a aficionados de varias peñas flamencas de Córdoba, tenía otras perspectivas. Redactando mi tesis doctoral me volvió a la memoria aquel singular ensayo y lo relacioné con la teoría de Claude Levi Strauss que opone el bricolaje, propio de las culturas tradicionales "analfabetas", a la técnica del ingeniero, propia de la cultura burguesa occidental "alfabetizada". Los diálogos ¿metafóricos? entre el chamán Don Juan y el etnólogo Carlos Castaneda nos proporcionan también ejemplos sabrosos del abismo que separan las visiones polimórficas y multidimensionales del primero y la utópica pretensión del segundo de apuntarlo todo literalmente. ¿Porqué nos parecen tan naturales ciertas casas antiguas de campo, las ciudades de adobe del Yemen, un blues de BB king o unas cerámicas artesanales. ¿Qué tendrán en común creaciones tan dispares? En las oposiciones oral / escrito, bricolaje / ingeniería etc., no se trata ni mucho menos de oponer lo antiguo a lo moderno o lo pasado a lo presente.
Son las estrategias cognitivas las que marcan las diferencias esenciales entre los procesos de creación y de aprendizaje propios de cada sistema cultural. La literalidad tan despreciada por Bergamín es casi ausente del flamenco tradicional. Por muy fiel que sea la trascripción de una grabación de Paco de Lucía, él nunca la repetirá igual porque tiene un guión multidimensional hecho a base de ruedas armónicas flexibles, esquemas de escalas, clichés de digitación variados y adaptables a las circunstancias de cada momento, ciclos rítmicos tan rigurosos como abiertos que permiten tocar "lo mismo" de mil formas diferentes. Esta gestión holística y la ausencia de huella escrita obliga al interprete tradicional a desarrollar una memoria fuera de lo común, comparada con la de cualquier músico "clásico". La partitura es una proyección plana de un momento dado que representa muy parcial y torpemente la realidad vivida por el artista tradicional. La posibilidad de escoger en cada momento un camino nuevo, dentro del espacio (o juego) musical elegido da al flamenco una gran libertad interpretativa. Cuando un artista tiene la seguridad de que puede "torear" cualquier fallo usando caminos alternativos, no solamente se libera de la angustia escénica tan temida por los concertistas clásicos, sino que además consigue una flexibilidad interpretativa que le permite moldear su interpretación en interacción con el clima emocional creado entre el, los demás artistas y el público.
¿Debemos por tanto rechazar las magníficas herramientas del análisis y transcripciones musicales que tanto defendí años atrás enfrentándome a la ira de muchos ortodoxos? Aunque lo queramos, sería imposible, ya están funcionando las aulas de flamenco en los conservatorios con horarios y planes curriculares... Si entendemos que cultura oral y cultura alfabetizada no son cosas de contenidos sino de sistemas cognitivos o modo de funcionar diferentes, se puede resolver la esquizofrenia latente que amenaza a los artistas flamencos de hoy aprendiendo a "funcionar" en ambos modos. En los albores del siglo XXI, las artes tradicionales tendrán que enfrentarse al gran desafío que consiste en trascender la aparente oposición dialéctica entre oralidad y cultura alfabetizada.
Philippe Donier