
Cádiz como escuela cantaora tiene una personalidad muy acusada que la distingue y posiblemente la signifique en relación con otras escuelas más difíciles de identificar a la impronta.
De sus características hay que señalar que es un cante en el que predominan los tercios cortos, aunque ligados, sin alargamientos innecesarios, sin exageraciones expresivas, aunque tenga glosolalias, trabalenguas, salías, estribillos y amagos musicales dentro del más estricto compás y ritmo. El ritmo es algo determinante en esta escuela, tanto en el cante como en el baile y la guitarra. Cádiz más que ninguna otra provincia andaluza está condicionada por el ritmo en su forma habitual de vida, en sus maneras y en sus expresiones, manifestándose sobre todo en el gran ritual de júbilo y alegría que se da en el arte flamenco. Por eso no es de extrañar el predominio que sus artistas y sus músicas tuvieron a lo largo del siglo XIX en los cafés cantantes.
Cádiz puede presumir más que ninguna otra escuela de tener una prehistoria artística. Una prehistoria que comienza nada menos que antes de Cristo. En el imperio romano ya eran célebres las míticas bailaoras gaditanas, un género exportable que hizo las delicias de los emperadores y señoritos romanos, y cuyas descripciones son trasladables a nuestra época. No vamos a caer en tópicos ni rastreos posteriores, nos situaremos documentalmente en el siglo XVIII donde a través de los sainetes gaditanos de González del Castillo tendremos noticias de cantes y bailes que hoy están en la nomenclatura flamenca. Y es en ese siglo cuando nace el Planeta, que nos dejó la más antigua siguiriya. Y hasta ese siglo llegan las genealogías documentadas de los Ortega, la más famosa dinastía de toreros y flamencos. Dinastía que inician el torero Agualimpia y la cantaora María Cantorala, que se casan en 1876. De otro matrimonio entre el matador Francisco Ezpeleta y la cantaora La Jacoba (nacida en 1819) nace Ignacia Espeleta Ortega que se casaría con Enrique El Mellizo.
Otro de los grandes del cante gaditano sería enrique Ortega El Viejo (1823-1871) que fue amigo de Silverio, y además de su siguiriya nos dejó toda una saga de artistas como Enrique El Gordo, Rita y José Ortega. Otro coloso fue Curro Dulce con sus espléndidas siguiriyas, que nos transmitió Chacón, y sus aportaciones a la Caña entre otros cantes. Y una familia que llega hasta Manolo Caracol.
De toda la escuela cantaora de Cádiz, El Mellizo es el que ha sobrevivido a todos los cantaores, llámense El Planeta, La Lola, Enrique Ortega, Tío José el Granaíno, El Tito, Francisco la Perla, los Loros, María Armento, La Cachuchera, La Mejorana, Pepa Oro, La Rubia de Cádiz, Paquirri, Soleá la de Juanelo, La Sandita, los Cantorales, los Ezpeleta y un largo etc., incluido sus contemporáneos. Algunos de éstos famosos creadores han dejado su aportación personal, pero que en la práctica actual su cultivo y seguimiento es mínimo, caso contrario de Enrique, cuya escuela sigue viva y activa, hasta tal punto que la Flamencología considera la escuela de Cádiz como la del Mellizo, o la del Mellizo como la de Cádiz. Tal ha sido la fuerza arrolladora de su personalidad artística, que de manera lenta y directa se ha ido trasmitiendo a través de unos discípulos, que han dado gloria, tanto al nombre de Enrique como a Cádiz.
José Blas Vega