Adiós a la Sallago, la última Reina del Cante, la cantaora Encarnación Marín ha fallecido esta madrugada en su casa de Sanlúcar de Barrameda, la ciudad que la vio nacer hace casi un siglo.
Web revista La Flamenca. Luis M. Pérez 16/1/2015
Ha permanecido en activo prácticamente hasta el último momento. La última vez que tuvimos oportunidad de verla fue en marzo del año pasado, en una entrevista ilustrada que la periodista Pepa Sánchez le realizó en el CICUS de la Universidad de Sevilla dentro del programa Trastablaos: flamenco desde la experiencia. Aunque lógicamente mermadas, seguía teniendo unas facultades impropias para su edad, y la vitalidad de una chiquilla en el cuerpo de una anciana.
Con casi noventa y seis años, Encarnación Marín Sallago (n. Sanlúcar de Barrameda, 24 de enero de 1919) era la decana del cante jondo. Triste e injustamente olvidada por gran parte de la afición, como tantas figuras ilustres de este arte ingrato, la Sallago contó en su día con el respeto y la admiración de la mismísima Pastora Pavón La Niña de los Peines y de su marido Pepe Pinto, quienes la recibían con asiduidad en el bar de La Campana.
También le mostraron siempre sus respetos los artistas de su época, como el Perrate de Utrera, el Sernita de Jerez, o, ya más jóvenes que ella, Fernanda y Bernarda de Utrera, La Perla de Cádiz, Chano Lobato, el Beni de Cádiz… Entre los de la generación siguiente, era pura devoción la que sentían por ella Terremoto de Jerez, Manuel Soto el Sordera o Manuel Agujetas, por citar solo a algunos.
Con toda la grandeza de esta cantaora, ella siempre insistió en quitarse importancia: “Mis hermanos, que ya han muerto, cantaban mucho mejor que yo” o “Los discos que he grabado no valen un duro”, decía en una entrevista con Pepe Oliva para la televisión sanluqueña en 2007. Y es que Encarna era una cantaora de sentimiento, de inspiración, como le gustaba decir a ella. “En las grabaciones me ponían en la cabeza esas cosas que se ponen los jóvenes para escuchar música” o “me daban las letras en un papel” y “claro, no podía sentir lo que estaba cantando”.
La Sallago era una grandiosa saetera (recibió en Sevilla la Saeta de Oro en 1981) pero era mucho más que eso. Era tan larga como la que más. Especialista en todo lo que cantaba, que era mucho: alegrías, tangos, tientos, soleares, seguiriyas, tonás, romances. Discípula directa del sanluqueño Ramón Medrano y lo que ello conlleva: transmisora de la herencia de Perico Frascola, de Félix Serrano Medrano, de la dinastía de los Micos, los Bochoques, etc.
El mundo del flamenco se vuelve a vestir de luto con la pérdida de una de las más grandes figuras del siglo XX. Descanse en paz.