Esta madrugada ha fallecido el cantaor Juan Peña El Lebrijano, en su casa de Sevilla. La capilla ardiente quedará instalada este mediodía en el Teatro Juan Bernabé de Lebrija. El sepelio será mañana jueves por la tarde.
Web Revista La Flamenca. Luis M. Pérez. 13/7/2016 Foto: García Cordero
No quería escribir esta mala nueva. Se nos ha muerto Juan, sí, el Habichuela, qué dolor, que no, Juan Peña, qué me estás contando, que sí, el Lebrijano. Estaba malito Juan, desde hacía tiempo, aunque la gravedad de lo suyo solo la conocían sus más íntimos. Había superado una larga enfermedad y andaba últimamente muy desmejorado a causa de su maltrecho corazón, del que se había operado recientemente, pero la noticia nos ha caído como una bomba. Ha sido esta madrugada, en su casa de Sevilla, con los suyos.
El gitano rubio de ojos azules, el que moja al mismo agua cuando canta, según el Nóbel de literatura Gabriel García Márquez. Se ha ido el patriarca de los Peña, el hijo de María la Perrata y del señor Bernardo, el de los Pelaos, el que paseó orgulloso desde los quince años por todo el mundo el nombre de Lebrija, su ciudad y la de mis mayores. Entre mis recuerdos de infancia aparece Juan junto a mi padre, que fue su profesor en el instituto, cantándole una saeta tras otra al Cristo de la Veracruz, desde un balcón del Barrionuevo.
Hijo, nieto, marido y padre; abuelo, sobrino y hermano de artistas. Sus apellidos llevan generaciones de gitanos masticando el cante entre sus letras, de bailaoras y guitarristas que aprendieron música entre puchera y puchera o arrimados a un lebrillo de ajo campero, cucharón de corteza de telera y paso atrás. Peña por los Pelaos, Funis y Pininis; su Fernández llega hasta la casa de Mercedes la Sarneta, y hasta el mismo Amaya de la Andonda. Y el Vargas… para qué más.
Y ahora a caer sin remedio en los tópicos, que nunca fueron tan verdad como con Juan Peña. Se va el más grande de los que quedaban, indiscutiblemente. El último de una época, cierto como el dolor punzante del que esto escribe. Un auténtico revolucionario del flamenco, por supuesto. Siempre decía que el cante no podía permanecer parado, que había que crear siempre sobre la base firme de lo que los antiguos habían hecho, que si todos hubieran pintado lo mismo que Velázquez no habría existido nunca un Picasso. “Mi niño”, le decía La Niña, Pastora la de los Peines, que fue consciente del genio creativo de aquel muchacho a quien dio techo durante sus dos años de mili y que le robó todos los cantes.
Juan Peña Fernández el Lebrijano tenía setenta y cinco años. El Ayuntamiento de Lebrija ha decretado tres días de luto oficial y que la bandera ondee a media asta con crespón negro. Además ha aprobado celebrar un pleno extraordinario y urgente en señal de condolencia. La capilla ardiente se dispondrá a partir del mediodía en el Teatro Juan Bernabé de Lebrija. Descanse en paz.