
El flamenco es una cultura con buenos y sólidos cimientos que ayuda a definir el perfil de la identidad de un pueblo ante el mundo. El flamenco en tanto que arte posee una amplia riqueza de variantes musicales y estéticas. Sin embargo, y al igual que en pasadas épocas, la mayoría de éstas apenas se interpretan.
Esta es una impresión que podrá ser compartida o no, pero últimamente, de todo el frondoso árbol del cante se están simplificando y sobre todo pontificando un par de palos. Si ayer fueron los fandangos y milongas, hoy son las bulerías y los tangos. Pero no nos equivoquemos, no son las bulerías y los tangos de por sí, sino todo o casi todo lo que admite o se le insufla ritmo.
Hoy el ritmo es carta de presentación del mejor flamenco en muchos escenarios y escaparates del universo. El ritmo hace andar al mundo, quizás más aprisa de lo necesario. A veces lo alborota, agita, perturba y trastorna. El ritmo puede también promover cambios o rupturas en la evolución de la vida y en las relaciones humanas, o si se prefiere una aceleración de las mismas. Pero también el ritmo, aunque nunca podrá alcanzar ni matar el tiempo, no obstante, sí puede dejar tirada a muchas gentes que desean sosiego, quietud y tranquilidad. Por ese sendero del ritmo caminan las músicas que acaparan la atención de lo más dinámico de la sociedad, o sea, su juventud.
Hoy casi todo es soniquete conformado en melodías resultonas y pegadizas al oído de una mayoría que no entiende, pero que la necesita para gesticular o "realizarse", y de esa manera, sacar la adrenalina que le proporcionan otras actividades ajenas al flamenco y cuyas influencias están aún pendientes de cuantificarse en el diagnóstico que plantean los tratadistas y expertos.
Los aficionados al flamenco también somos amantes del ritmo, pero además sabemos apreciar otros momentos en la noche. Otros momentos en la fiesta en donde gustamos de saborear otros sones que requieren de la placidez y del silencio, en el que sobran las palmas y hasta el leve revoletear de una mosca puede molestar. Es ese el instante cuando el cante, el toque o el baile se hacen más auténticos. Es ese intervalo de tiempo cuando esas expresiones artísticas cobran su más alta cualidad.
En ese empeño las vivencias y el sentimiento estimamos que juegan un papel decisorio. A partir de entender estas consideraciones siempre será más fácil trasladar a los demás, y hacia ese estadio de emociones jondas, esas expresiones artísticas más dulces o más agrias pero también más genuinas. Si esto no se aprecia y no se le da valor, nuestros cantes pueden convertirse en una música más.
Digamos por tanto que la guinda del cante, del toque y del baile la pone el sentir del artista. Sin sentimiento no se desarrolla la pasión, y sin conocimiento no hay amor. No se puede amar lo que no se conoce. Tanto para lo uno como para lo otro hacen falta los referentes. Estos conforman la singularidad que da carácter a las ideas y a las cosas.
El flamenco está lleno de referentes. He aquí dos que estimamos fundamentales, de una parte, la capacidad interpretativa del artista forjada a partir de sus propias vivencias, y de otra, el conocimiento de la técnica para ejercitar su arte. Si se desequilibran ambas magnitudes, o sea, se pone el acento en la composición de la obra nos hallaremos ante las puertas de la clonación y momificación del flamenco. El flamenco necesita toda la libertad para su reproducción, y cuantas más disciplinas reúna su exposición quedará más coartada su expresión.
El ritmo se está también utilizando como celofán de un producto para el consumo de músicas. No es cierto afirmar a más ritmo más vida, aunque sea verdad que todo lo que tiene ritmo tiene vida, pero la vida no sólo es cuestión de ritmos.
Por tanto, diremos con Machado, hay que separar las voces de los ecos. Es decir darle a cada uno de éstas variables sus valores así como precisar la función que ambas relaciones tienen que cumplir. Tanto el conocimiento como el sentimiento son dos conceptos que si no fuera por lo mucho que se ignora muchos artistas y aficionados le tomaríamos el aprecio debido.
No sólo se trata de percibir, sino también de transmitir esa pasión. En el flamenco, en tanto que expresión y lenguaje esto es aún más necesario. Lo difícil no sólo es saber, a veces lo es más, enseñar lo que se sabe. Por ello es muy importante no sólo cantar bien sino también transmitir lo que se canta. .
Luís Soler Guevara