
Cuando conocí a Flora Albaicín, había oído hablar mucho de ella, de la pureza de su baile, pero no la conocía, hasta que publicó un maravilloso libro, en colaboración con el erudito catalán Alfonso Puig. Titulado "El arte del baile flamenco". Esto fue en el año 1978, y el premio lo recibiría Flora.
Poco después, con motivo del congreso de Andalucía en Barcelona, tuve ocasión de desplazarme a la ciudad condal, para dar una conferencia en el Club de Prensa. No recuerdo muy bien, si fue en esta ocasión, o cuando presenté con Juan de Dios Ramírez Heredia la Olimpiada del Flamenco, que fui amablemente invitado por Flora y su marido, el torero Luis Tabuenca, a conocer su Instituto de Flamenco, en la calle Vallirana.
Recuerdo que fue una visita bastante impactante, porque me sorprendieron las magníficas instalaciones del centro, su limpieza y las aulas para baile, con sus camerinos, sus duchas, etc. Ni antes de entonces, ni después, recuerdo haber visto, en toda mi vida, unas instalaciones mejores, para la enseñanza del baile, que las del Instituto Flamenco Flora Albaicín.
Desgraciadamente, nunca tuve ocasión de ver bailar, en persona, a Flora, pero, conociendo su historial, siempre la he tenido en gran estima y, tanto yo, como la Cátedra de Flamencología, que la premió, tenemos un gran respeto por su larga vida profesional, primero como bailaora y bailarina, discípula del mítico Frasquillo; y luego como enseñante. Una maestra que ha sabido transmitir, en todas sus lecciones, y a todas sus alumnas y alumnos, el amor por nuestro baile, la verdad más auténtica de lo que es el baile flamenco; defendiendo siempre su pureza a carta cabal.
En su larga carrera de artista en activo, bailó desde los cinco años, recorriendo toda España, y formó pareja con Antonio, durante tres años, a partir de 1953; para posteriormente hacerlo con Roberto Iglesias, en el espectáculo "Suite Española", con el que recorrió América. Más tarde bailaría junto a Manolo Vargas y Roberto Ximénez, en turné por varios países.
En 1954, estrenaría en el Teatro Empire, de París, el baile del taranto, con coreografía del bailarín Antonio, la guitarra de Rafael Nogales y el cante de su padrino artístico, el maestro Antonio Mairena. Los mejores elogios hacia su baile los escribiría el critico catalán, Sebastián Gasch, cuando dijo de ella, entre otras cosas, que era "pura quintaesencia del baile flamenco", sin rival posible: "Flora es única. Es la mejor", afirmaba. Añadiendo: "Flora Albaicín, bailaora y bailarina, baila con todas las geniales rebeldías de su pasión puestas en ritmo de llama... Lleva el compás de sus bailes con una medida de increíble exactitud, y hace de su arte un rito de dramática expresión. Su arte es una rara demostración de que el baile es una especie de milagrosa tempestad..."
Retirada del baile activo, en los años sesenta, se dedicó a la enseñanza, en Barcelona; volviendo a los escenarios en 1967; para presentar en la capital catalana un gran ballet inspirado en el "Romance de la pena negra", de Federico García Lorca. Dirige un tablao de su propiedad, llamado "Celler de la Ribera", en Playa de Aro, y colabora con el escritor Alfonso Puig, con un método técnico, en el libro "El arte del baile flamenco", que premiaría la Cátedra de Flamencología de Jerez, con su premio nacional de investigación, correspondiente al año 1978.
En la cumbre de su carrera artística, y con el hermoso historial de toda una vida, siempre dedicada al baile, Flora Albaicín merece el mejor de los homenajes, que hoy le brindo, desde Jerez, la tierra de La Macarrona, con mi mayor cariño y respeto.
Juan de la Plata (Director de la Cátedra de Flamencología de Jerez)