Se nos fue el dramaturgo, renovador y revolucionario del teatro independiente andaluz con el mundo del flamenco.
Revista La Flamenca. R. De la Villa 8/2/2019. Foto: TVE
Salvador Távora Trianero, sevillano del barrio del Cerro del Águila donde nació en el 1930 y creció rodeado del cante del Papero y el Bizco Amate.
Un barrio, un contexto, una época, que sin duda alguna ha marcado siempre la vida y obra de Távora. El arte era su vida y así lo dejó claro desde el principio, a pesar de tocarle vivir en la Sevilla de las cartillas de racionamiento, cuando podía dejaba su uniforme de aprendiz de soldador en Hytasa para cantarse cuatro letrillas o dar muletazos en las corraletas del Matadero como “Gitanillo de Sevilla”.
El teatro independiente andaluz se ha quedado huérfano y el flamenco pierde a un gran artista y revolucionario. Supo insertar el arte jondo con la dramaturgia, sin duda alguna, una nueva forma de hacer flamenco alejada de los tópicos costumbristas y a medio camino entre, la tradición y la modernidad, elevándolo a lo más alto.
Sus inicios en el mundo del teatro datan de finales de la década de los sesenta cuando el crítico teatral, José Monleón, requirió la presencia de Salvador para formar parte del Teatro Estudio Lebrijano, con ocasión de su participación en el Festival Mundial de Teatro de Nancy en abril de 1971.
De esta unió nació el espectáculo “Oratorio”, donde se incorporó el cante flamenco de Távora al teatro. Ahí fue el verdadero inicio y fusión del arte jondo y la dramaturgia. A su vuelta al barrio, montó, “Quejío”, obra con la que sentó las bases de la larga trayectoria que vendría después. Su estreno fue en “La Cuadra”, un local sevillano dirigido por Paco Lira, un referente de los movimientos artísticos de esa época.
“Quejío” llegó también a la Sorbona de París tomando relevancia internacional y sorprendiendo por el compromiso social y su singular lenguaje teatral, junto a la visión nunca vista hasta el momento del flamenco. Desde este instante, “La Cuadra de Sevilla”, siempre quedaría ligada a Salvador Távora.
Creó un lenguaje propio del teatro andaluz, impregnado de su bagaje vital y cultural, y dando vida al teatro tavoriano que revolucionó las tablas con su famosa compañía de reconocimiento mundial que no podría llevar otro nombre que el de “La Cuadra”.
Con ella trabajó en decenas de países, hizo miles de representaciones vista por más de tres millones de espectadores con obras como “Los Palos”, “Nanas de espinas”, “Alhucema”, “Herramientas”, “Las Bacantes”, “Andalucía amarga”, “Flamenco para Traviata”… o “Carmen, ópera andaluza de cornetas y tambores”, una de sus obras más laureadas y representadas a nivel mundial.
Pero la carrera de Távora no estuvo exenta de polémicas, llegándose incluso a prohibir la representación de alguna obra, por su contenido. Sin embargo, gracias a su constancia y perseverancia se le hizo justicia y cuenta con galardones y reconocimientos tales como: la Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes (1985), el Premio Andalucía de Teatro (1990), el nombramiento de Andaluz del Año (1993), una calle de Sevilla lleva su nombre desde 1996, la Creu de Sant Jordi e Hijo Predilecto de Sevilla (1997), el Premio de Honor del Teatro Andaluz (2013), otorgado por la Asociación de las Artes Escénicas de Andalucía, en colaboración con la Fundación SGAE, Premio de la Asociación de Directores de Escena de España (2015)…
Con su muerte el teatro, el flamenco y la cultura andaluza pierden a una de sus figuras más relevantes, aquel que definía el arte jondo como “la expresión directa del dolor de un pueblo”, y quien supo hacer un nuevo flamenco fuera de los tópicos, un revolucionario.