Revista La Flamenca: Revista nº17 /año 2006 Septiembre Octubre. Foto: Fidel Meneses
No existe instrumento de medida que calibre la personalidad artística. Es el corazón, en perfecta convivencia con los conceptos estéticos que el receptor baraje, quien dicta sentencia y califica la exclusividad de cualquier tipo de expresión. Por eso, cada cual percibe y siente de una manera distinta un braceo, una pintura o el recorrido de un pase natural. Pero en Utrera, existió hasta no hace mucho una mujer que consiguió ponernos de acuerdo a todos. Se dedicaba al flamenco y lo hacía muy bien. Tan bien como ninguna. Esto le llevó a alcanzar el título de Ilustrísima Señora, por cuanto era capaz de provocarnos durante el acto ceremonial del cante por soleá saliendo de su cuerpo. Fernanda de Utrera nos dejó hace años, pero falleció hace días.
Poco tiempo antes -concretamente el 15 de julio- tuvimos la suerte de poder entrevistar a su hermana Bernarda. Nuestra ilusión era haber publicado las casi tres horas de charla que mantuvimos con ella, sacar su fotografía en portada, devolverle la sonrisa... Pero eso ya no tiene sentido, porque se ha perdido la magia. Parece que esas cintas tienen ahora un siglo de existencia, por el resonar en los altavoces de mi conciencia de los ecos de la voz de Bernarda en aquel patio de azulejos sevillanos. Son los testimonios de primera mano sobre el cante y la enfermedad de la Reina de la Soleá. Confesiones de la huerfana de su hermana.
Juntas fueron mucho. El santo y seña del cante de Utrera. La soleá y el cuplé por bulerías con patas. Y sus palmas sin prisas, lecciones de compás a cámara lenta. El tempo de Utrera, música sinfónica en sus manos, arrasó allá donde predicaron las hijas de José e Inés: "¡Mira!, un día en el Lope de Vega ningún guitarrista quería acompañarnos. Ya empezamos a mosquearnos porque veíamos cosas raras. Entonces, fui a preguntar y me dijeron que nuestro compás era muy difícil. ¡Pues a aprender!. Al final tuvimos que salir las dos sin guitarra. La gente se volvió loca".
¿A pesar de las tonterías que siempre se dijeron, Bernarda profesó a su hermana una admiración artística impresionante, que iba más allá del verbo fácil. Se atrevía incluso a analizar su arte o a indagar en el secreto de su éxito: "Ella tiene su sello. Es inimitable. Alguien dijo que la voz de Fernanda es como el bordón de una guitarra. Su voz es suya. Yo no puedo hacerlo igual por eso. Ni mi Inés, que canta muy bien. Pero fíjate, a mi madre le gustaba más yo; y a mi padre le gustaba Fernanda. Pero la pureza de su voz... ni la Niña de los Peines, que al lado de mi hermana era una arvellanera. Ahora, los artistas se han empeñado en decir que mi hermana canta como La Serneta. ¡Si a La Serneta nosotras no la hemos conocido! ¡Si ni dejó discos ni nada!. Mi hermana canta como mi madre la parió y no copia a nadie. Pero, hijo mío, tienen esa manía con nosotras".
También en el carácter y el saber estar, para las relaciones con la prensa y los políticos, Bernarda acudía a ella: "Fernanda hablaba mejor que yo. Siempre que había periodistas la echaba por delante porque tenía don de palabra. Y a mi no me gustan las falsedades. Soy más rebelde y no me callo. Si bordean conmigo, yo bordeo". Y la defendía con uñas y dientes ante quien osara desprestigiarla u ofenderla, ya estuviese en frente al capitán general del cante: "Caracol cuando estaba bebido era... Un día, que trabajábamos en Las Brujas, vino con La Paquera y nos metimos de fiesta en un cuarto. Se cachondeó del cante de mi hermana, y la hizo llorar. Le canté las cuarenta: ¡Si La Niña de Fuego y La Salvaora lo canta todo el mundo!, ¡Si tú has sido artista gracias a Lola Flores...! Le dije sentencia. Después vino la mujer, nos pidió disculpas y él también".
En vida de Fernanda, recibieron bastantes reconocimientos: "Tenemos muchos galones... Hija Predilecta de Utrera, de la Provincia, lo del Trabajo... Y la Medalla de Plata de Andalucía que la tenemos en casa y es de plata de la buena", y un monumento en su pueblo. Al preguntarle a Bernarda si el conjunto escultórico era de su gusto, me contestó: "Sí, pero estamos pasando mucho calor allí puestas". Mas Bernarda ya no necesita más homenajes, sólo cariño verdadero: "Tengo quejas con mucha gente de Utrera. Hemos hecho mucho por ellos, primos y primas nuestras, porque fueran artistas... Y ahora ni se acuerdan de mi hermana. Ni vienen a verla".
Cuando, casi al final de la entrevista le pregunté por el estado de salud de Fernanda, cambió el tono crítico que la caracteriza y agachó la cabeza. Después de una pausa que se me hizo eterna, y con la mayor de las tristezas en su voz, exclamó: "¡Ay, cada vez que la miro!. Porque no era guapa, pero cantaba... Con su pelo negro largo. Ahora está como un trapo. Gracias que no le duele nada. Pero cuando mi Luis y mi Inés la cogen para acostarla, le entra un miedo horroroso. Se piensa la pobrecita que le van a hacer algo. Hay días que señala al techo como si viese a alguien que le asusta; y es que tiene una catarata en un ojo y me parece que se le ha pasado al otro. Estando viva, la echo mucho de menos. Antes de salir de casa para la entrevista, la he mirado y le he dicho: ¡Ay, hija mía!, ¡Con lo que te gustaban a ti estas cosas!".
Fernanda Jiménez Peña abandonó este mundo el pasado 24 de agosto. A los actos de su despedida asistieron sobre todo vecinos de Utrera, los políticos que se sintieron obligados y cantidad de artistas... Hasta el Cardenal mandó un escrito, pero no creo que Bernarda escuchara ni viese a nadie. Cuando la encontré tan acompañada y tan sola en la primera banca, recordé estas palabras: "Muchas veces, estoy cantando, trabajando, y miro para el lado a ver si mi hermana se ha puesto buena y ha venido sin decirme nada". Lo siento Bernarda, pero ya no podrá ser. El muchacho que se parece tanto a tu sobrino, te manda un beso.