Tiene la mirada clara y generosa de quien sabe a dónde va y de dónde viene, y una voz que lo mismo apacigua cuando habla que te despega la piel de la carne con dos cantes. Ana María Ramírez Limones no tiene antecedentes flamencos en su familia, ni puede decir que haya mamado el flamenco en los brazos de su madre. Pero nació hace poco más de treinta años en La Puebla de Cazalla, Sevilla, la tierra de Francisco Moreno Galván, de la Niña de la Puebla, de José Menese, Diego Clavel, Manuel Gerena, Miguel Vargas…
En sus diecisiete años de trayectoria profesional ha sido Ana la Morisca, Ana de la Puebla y, finalmente, Ana la Yiya. Lleva consigo, aparte del metal carísimo de su voz, el conocimiento de toda esa tradición cantaora de su pueblo, y la técnica adquirida de manos de artistas de primerísima fila. Ahijada artística de José Menese, a los quince años se convirtió en primera cantaora de la compañía de Cristina Hoyos, aprendiendo todos los secretos del cante de atrás durante más de dos años de actuaciones por Europa y Estados Unidos. Tras un parón de cinco años para cuidar de sus hijos, comenzó de nuevo a recorrer los circuitos de los festivales y los concursos de cante, hasta que consiguió publicar su primer disco, “Morisca”, un monumento al cante flamenco más tradicional lleno de frescura y buen gusto.
Acaba de ganar el primer premio del II Concurso de Cante Flamenco “Membrillo de Oro” de Puente Genil, Córdoba, lo que significa que en agosto participará en el Festival de Cante Grande “Fosforito”, junto a Arcángel, Esperanza Fernández, Julián Estrada o David Palomar, entre otros. Estará también en las finales del Concurso Nacional de Cante Jondo Antonio Mairena, en Mairena del Alcor, y en el Concurso de Cante Flamenco del Festival Internacional del Cante de las Minas, en La Unión, en ambos casos en dos modalidades. Es su momento, y lo sabe.
Web Revista La Flamenca. Luis M. Pérez. 30/07/2015 Fotos: Pepe Montiel
Ana, háblanos un poco de tus comienzos, ¿de dónde viene tu afición?
Desde pequeñita siempre me gustó el artisteo y ya en el colegio, con ocho años, estuve enferma varias semanas y me dejaron fuera del baile de fin de curso, porque no había podido ensayar con mis compañeros. Para mí fue casi un trauma. Entonces mi hermana, que cantiñeaba un poquillo y se sabía algunas cosas de la Niña de la Puebla, me enseño unos cuantos fandangos y me presenté con eso. Y desde entonces…
Aquella anécdota de tu debut en presencia de La Niña de la Puebla y Juanito Valderrama…
Fue poco después de lo del colegio, en El Rubio, un pueblecito de Sevilla. Iba a actuar en un homenaje a La Niña de la Puebla y yo andaba por detrás del escenario nerviosita “perdía”. Imagínate. Presentaba el espectáculo Manuel Martín Martín y, al escuchar yo que anunciaban a La Niña de la Puebla por la megafonía, pensé que eso de “niña” y de “La Puebla” iba por mí. Y salí al escenario por mi cuenta… El caso es que aquello hizo gracia y ya me hicieron cantar. Esa noche Martín me bautizó como Ana La Morisca.
¿Qué papel tuvo José Menese en tu aprendizaje? ¿Y la Puebla de Cazalla? Háblanos de tu presentación en El Escorial.
Menese ha ayudado cuanto ha podido a muchos cantaores, y no sólo de La Puebla. Tiene su carácter y su forma de ser, algunas veces complicada, pero yo le tengo una admiración, un respeto y un aprecio grandísimo. Es un figurón del cante, que ha dejado una discografía de mucho cuidado. Cincuenta años sin traicionarse son muchos años. A mí me enseñó algunos cantes y me presentó en el festival de la peña La Soleá, de San Lorenzo de El Escorial. Exactamente fue a principios de 1999 en el Teatro Carlos III; no olvidaré jamás ni ese día, ni el gesto que tuvo el maestro con una monicaca como yo, que entonces sólo tenía 15 años. En cuanto a mi pueblo, tengo muchísimo apoyo de los amigos del Café Central: Pepe El Cachas, Fernando, José Eduardo y Mercedes, Antonio Valle, Patricio Hidalgo, Carmen Arjona, etc.
A partir de ahí, estuviste en la Fundación Cristina Heeren, ¿qué te marcó más de esa época?
En esos años, que fueron preciosos, tuve la inmensa suerte de aprender allí gran parte de la base en este oficio. En la Fundación Cristina Heeren, que dicho sea de paso algún día tendrá que ser reconocida, compartí muchas horas con Naranjito de Triana, José de la Tomasa o Calixto Sánchez. Eso no está pagado; de ahí aprendí muchísimo. Sobre todo, que esto es un oficio muy serio, en el que hay que currárselo día a día y no meter la pata, porque si metes la pata un día, te lo van a estar recordando el resto de tu vida. Allí fue donde me pusieron el nombre artístico de Ana de La Puebla.
Tu etapa con Cristina Hoyos, un privilegio a tan temprana edad, supongo. ¿Esa experiencia te hizo madurar de golpe?
Por supuesto. Recuerdo que estaba en casa y me citaron para una prueba en La Pañoleta, en Camas. No me lo esperaba. Yo fui sin pretensiones de nada, y las pocas que llevaba se me quitaron cuando llegué y vi la cola de cantaoras para la entrevista. Pero tuve suerte y le gusté a Cristina. Era lo que buscaba. Recorrí el mundo entero con “Tierra Adentro” y “Yerma”, en la que actuaba como única cantaora para toda la compañía.
Hiciste una parada de cinco años para dedicarte plenamente a tus hijos. Cuando volviste a La Puebla quisiste comenzar desde cero otra vez, tanto que adoptaste un nuevo nombre artístico. ¿Por qué? ¿No crees que has tenido que hacer un esfuerzo extra por ello para llegar hasta aquí?
Me enamoré, me fui a vivir a Galicia y allí nacieron mis tres hijos. Después las cosas no salieron como esperaba y me volví a La Puebla, adopté el nombre artístico de La Yiya, que es el mote de mi familia, por mi abuelo el Yiyi, y empecé casi de cero, porque a mí el cante no se me había olvidado. Hay quien dice que con aquello perdí cinco años de carrera, pero qué va. Gané mis tres hijos: mi Joel y mis mellizas Mara y Sheila, que en realidad son responsables de que esté cada día peleando por hacerme un hueco en el cante.
Ana, sabemos que la vida ha sido dura contigo. ¿De qué forma ha influido eso en tu arte? Con el mayor respeto, no contestes si no quieres, ¿crees que la vida te ha quitado más de lo que te ha dado?
Yo no miro eso. La vida ha sido injusta porque me ha quitado de un mazazo seres con los que era muy feliz, como una hermana, mi padre o mi compañero. Además, todo en circunstancias muy dolorosas. Pero también la vida me ha dado la oportunidad de salir adelante de todo eso, con mis hijos sanos como un roble, con el resto de mi familia, con mi pareja actual, que me da mucha estabilidad, o con mi carrera artística. Claro que cuando me quejo por seguiriyas o por soleá me acuerdo de todo lo malo; pero me queda la vía de escape de las alegrías o la bulería para contar todo lo bueno que me está pasando ahora.
¿Cómo ves el papel de la mujer cantaora en el siglo XXI? ¿Crees que se han superado ya las barreras tradicionales? ¿Es éste un mundo más machista que otros sectores de la música actual?
A la mujer siempre le quedarán barreras por superar porque queda mucho machismo por ahí, pero ya no estamos como hace veinte años; vamos avanzando. En el flamenco, particularmente, las barreras son ya las mismas para casi todos, y no precisamente por distinción de sexo. Son barreras de poca vergüenza, por el trato que nos dan a los jóvenes en general ciertos representantes, ciertas peñas y ciertos artistas que no tienen respeto por nada. Hay mucho buitre influyente que sabe que necesitas poner la olla a hervir cada día y que te hace dar un recital por una miseria, mientras tú sabes que el resto del dinero que ha puesto tal peña o tal festival se lo está quedando el representante, con la peña como cómplice y encubridora, porque el representante después le da su caramelito en forma de artista que no cobra. Y te tienes que callar porque, como hables, no trabajas. De momento no hay quien arregle esta situación, que es para mí la mayor discriminación de hoy.
Parece que desde que sacaste tu disco Morisca tu carrera lleva un ritmo trepidante. Tendrás una vitrina enorme para tantos trofeos…
Es cierto que mi disco me ha dado alas. La Droguería Music, que es mi discográfica, quería un disco clásico que me posicionara como cantaora. Apostamos por Manuel Velázquez, un letrista de la escuela de Moreno Galván que se metió en mi piel y que ha sabido describir en los cantes mis vivencias. Por un lado queríamos una parte más “de cuarto”, con tonás, seguiriyas, soleares y una malagueña. Después, otra parte con alegrías, bulerías y tangos, que recogiera mi faceta festera, pero vestida con bajo, percusiones o un piano; pero todo muy sencillo y poco presente. Estoy muy satisfecha con los resultados, y ya puedo anunciaros que, para principios de 2016, estará en la calle mi segundo disco.
Finalista en La Unión en seguiriyas, malagueñas, etc. ¿Te hace especial ilusión ganar allí?
El de Las Minas no es un concurso cualquiera, claro que sí. Pero también estoy en la final de Mairena en dos premios, en el Antonio Mairena y en el de los cantes festeros. Yo sé quién soy y por encima y por debajo de quiénes estoy en calidad. No soy tonta, pero lo de los concursos es un mundo complicado. Que me den esos premios depende de cómo me coja ese día, de cómo pille a mis compañeros y de la distracción o no de los correspondientes jurados, que de todo hay. Sé que no es el caso de Mairena, La Unión o Puente Genil con el Membrillo, pero este año he estado en concursos que han dejado mucho que desear en el resultado final. Incluso algunos en los que he salido bien parada. Sucede como con lo que te decía de los representantes… que te tienes que callar porque ni siquiera otros perjudicados te respaldan si hablas.
¿Se puede vivir solo cantando flamenco jondo hoy en día? ¿Te veremos haciendo fusión o cantando boleros?
Te seré sincera. Muy sincera. Yo me tomo los concursos como un recital más, en los que está muy bien el galardón, el prestigio según el concurso… pero lo que me interesa es el premio, porque tengo bocas que alimentar y no he tenido los contratos esperados con el caché deseado durante mucho tiempo. Por suerte, ahora las cosas se están poniendo de cara, puedo pagar las facturas con mi cante y espero seguir haciéndolo. También te digo que el día que no pueda no se me caerán los anillos por volver a una orquesta, donde ya canté cuando hizo falta… Me preocupo mucho porque mi carrera artística sea firme y rigurosa, fiel a mi forma de sentir el cante, pero lo primero es lo primero. Aunque no me guste.
Dinos tres cantaores/as del pasado y tres en activo que te ericen la piel.
Si me preguntas por mis referentes actuales te digo sin pensar: Pastora, Mairena y Caracol de los que ya no están. Y de los que están: José Menese y Aurora Vargas. Intento meter todo eso en una perola y guisarlo a mi modo, no para copiarlo, sino para asimilarlo y hacerlo como yo me gusto.
Si dentro de treinta años miraras para atrás, ¿qué podría enorgullecerte más?
Treinta años son muchos años. Incluso un año es mucho tiempo, tal y como están las cosas. Mira, yo vivo al día y disfruto de lo que hago cada día. Ahora mismo miro hacia atrás y después de todo lo pasado, me digo: no pares. Me enorgullezco de eso; de poder seguir adelante con mi familia, con mi equipo de trabajo, con esos que me ponen cosas bonitas en las redes sociales y que también dan una fuerza increíble… Si puedo hacer lo mismo dentro de treinta años será un lujazo.
¿Quieres dedicarles unas palabras a los lectores de la Revista La Flamenca?
Quiero decirles que en La Yiya hay una cantaora sincera que merece la pena ser escuchada. Que estoy segura de que puedo mejorar en muchas cosas y que lo voy a conseguir. Que me sigan, que no les defraudaré.