Revista La Flamenca: Revista nº 16 /año 2006 Julio Agosto/ Texto: Julio de Vega López
La relación entre realidad y literatura radica en una influencia mutua. La primera informa e inspira a la segunda, pero a la vez, el poder creador de la palabra hace que la realidad también se vea afectada, modificada, alterada y complementada por la creación literaria. Como Berger y Luckmann mantienen, "el Arte y la Religión son productores endémicos de sistemas de significados y, en este sentido, la experiencia estética es tremendamente rica a la hora de producir transiciones entre el mundo de la vida cotidiana y el mundo del juego".
De esta manera, las percepciones y constructos culturales se incorporan al imaginario colectivo llegando a condicionar las experiencias individuales no sólo de los miembros del sistema social que los produce sino también de aquellos procedentes de otros ámbitos geográficos.
El mito de "Carmen" constituye un ejemplo claro de este fenómeno social. El escritor francés Prosper Mérimeé concibió en 1845 una novela corta cuyo argumento se basaba en una historia de amor, celos, pasión y muerte que le habían contado. Así comenzó a forjarse el mito de Carmen, su verdadera divulgación y popularización llegó con la adaptación operística que hizo Georges Bizet en 1875.
Al igual que otros textos emanados de las experiencias y la nostálgica imaginación de los románticos, la obra es partícipe de la visión de Andalucía como entidad cultural marcada por su arcaísmo, naturalidad, vitalidad, espontaneidad, exotismo, sensualidad, misterio, pasión... Su escasa industrialización, su cercanía a África, su pasado musulmán y la presencia notable del atrayente elemento gitano, hicieron que el territorio andaluz se presentara como el "anhelado Sur", "el paraíso perdido", la "otredad" donde proyectar todo un complejo de deseos inconscientes y reprimidos que encontraban su razón de ser en la crisis y profunda transformación en la que se encontraba inmersa la Europa de aquella época.1
En el relato de Merimeé se describen y estereotipan una serie de personajes y rasgos culturales que forman ya parte indisoluble de las representaciones asociadas a Andalucía y, por extensión, al conjunto del estado español. Así el flamenco y los personajes y peculiaridades sociales ligadas a él se erigen también como elementos esenciales de una trama narrativa marcada por el deseo y la fatalidad.
El escritor francés adopta el papel de confidente de Don José y nos introduce en la sociedad sevillana de 1830 ofreciéndonos un retrato detallado y, a la vez, tamizado por su evocación romántica de cigarreras, gitanos, toreros, bandoleros, gentes y ambientes asociados al majismo, la Bohemia andaluza, la flamenquería... En definitiva, muchos de los tipos recurrentes en el conjunto simbólico que en torno a Andalucía se ha venido creando y re-interpretando a lo largo del tiempo para consumo tanto interno como externo.
El personaje en torno al cuál gira todo este entramado de fuerte contenido simbólico es Carmen, una mujer gitana del Barrio de Triana, joven y atractiva, con cabellos ondulados, ojos negros y rasgados, mirada ardiente, penetrante, dientes muy blancos y labios rojos y carnosos ... Belleza exótica y salvaje, descarada y provocativa, de viva sensualidad. Posee un talento que le permite bailar y cantar con desparpajo, pasión y frenesí. Además conoce y practica todas las artes adivinatorias y trabaja como cigarrera en la fábrica de Tabacos de Sevilla. Pero su naturaleza voluble, su azarosa existencia y, sobre todo, su ansia de libertad la llevan a abandonar la ciudad del Guadalquivir para retirarse a la sierra, lejos de todo convencionalismo social y entregada a una vida de desmanes y correrías. En su huída, Carmen arrastra consigo a Don José, protagonista masculino, que sucumbe víctima de esta mujer funesta.
La concepción de la mujer como principio del mal propia de la tradición judeocristiana -mitos de Pandora, Adán y Eva- impregna la historia. Con "Carmen" se renueva y consolida el arquetipo de la "Femme Fatale" que personifica al Eros mortal, al adulterio -no olvidemos que en la novela se presenta como mujer casada- y la pasión destructora. Sus colores, el rojo y el negro, simbolizan al diablo y la propia protagonista refrenda esta relación simbólica cuando se sincera y le dice a José: «Has encontrado al diablo, sí, al diablo».
En el contexto flamenco encontramos también otras figuras femeninas -la Petenera y la Andonda, por ejemplo- que guardan interesantes paralelismos con
la trianera que reinventó Merimeé. Asimismo, Génesis García Gómez subraya notables similitudes entre Carmen la Cigarrera y las féminas que con el mismo nombre aparecen en las obras de Washinton Irving y Estébanez Calderón. En su opinión estos personajes constituyen "tres puntales del romanticismo que sirven de referentes simbólicos a la explicación de una historia de interferencias intelectuales en la creación de mitos populares y en la mitopoética que de ellos emana".2. No obstante, y a pesar de los rasgos que comparten, en cada una de ellas se aprecian ciertas peculiaridades que la autora relaciona con los cambios habidos en los modelos románticos.
En el libreto de la ópera encontramos también un dualismo interesante y significativo entre el personaje de Micaela, prometida de D. José y símbolo de la moral establecida y convencionalmente aceptada, y Carmen que representa precisamente todo lo opuesto. Micaela, dando muestras de su abnegación, pone su vida en peligro y sale en busca del militar navarro en un desesperado intento por devolverlo a su anterior vida ordenada. Para ello, alude al empeoramiento físico de la madre de éste -otro referente esencial de la feminidad diametralmente opuesto al representado por Carmen-, pero, aún así, su esfuerzo resulta infructuoso.
Pero quizás los antagonismos más chirriantes vienen dados por lo que expresa cada uno de los protagonistas. Carmen es identificada con el Sur, representa la pasión, la naturaleza, la gracia, la espontaneidad, la vehemencia, la búsqueda de la libertad a cualquier precio Se puede ver un paralelismo claro entre este afán de libertad y la resistencia obcecada que presentó el pueblo español a la invasión de las tropas napoleónicas. Igualmente, resulta significativo el hecho de que Carmen haya sido utilizada como icono por los movimientos feministas en determinados momentos históricos.
... mientras que don José personifica al Norte -no en vano es navarro- la razón, la cultura, el estudio, la laboriosidad, la timidez, la prudencia, la templanza...
En este entramado metafórico de inspiración romántica, Andalucía -en clara alusión a la cigarrera- es concebida como mujer fatal, seductora y terrible, ante la cuál el Norte - don José, el antihéroe, el hombre autodestructivo- cae rendido, presa de sus irresistibles encantos. Asistimos por tanto a una victoria, digamos que parcial, de lo pasional sobre lo racional, del Sur sobre el Norte, que se materializa en la deserción de don José y la adopción por su parte de una vida libre y desordenada -bandolero-contrabandista- lejos de la moral y rectitud que se le presuponía a su estatus. En el desenlace final de la historia los términos parecen invertirse ya que el propio brigadier navarro, en un ataque de celos, acuchilla y mata a Carmen. Por este crimen y por los que había cometido anteriormente en su desenfrenada lucha por hacerse con el amor de la trianera, fue detenido y encarcelado, lo que podría entenderse como el triunfo definitivo de la razón sobre la pasión. El tono quejumbroso y arrepentido con el que el ex-militar relata a su confidente los acontecimientos que le llevaron a esta espiral de perdición viene también a ratificar esta idea.