
La echábamos de menos. Sabíamos que seguía activa en el Conservatorio de Madrid y en la academia "Amor de Dios", pero no veíamos su nombre en los carteles, hasta que de repente, y en un breve intervalo de tiempo, ahí estaba Merche Esmeralda en los festivales "Flamenco P'a tós" y SUMA Flamenca de la Comunidad de Madrid. Su figura volvió a llenar los escenarios y nosotros pensamos que era un buen momento para compartir con ella las reflexiones que, a buen seguro, habría madurado en su retiro.
¿Qué le ha motivado a pisar de nuevo las tablas?
De alguna manera me preguntaba si tenía derecho a quitarme a mí misma de las cosas que más amaba en mi vida, y pensaba también que quizás podría aportar algo a una cierta parte de mi profesión. Pensé que sí, que aparte de lo que yo podría disfrutar, también podría dar ejemplo de un estilo personal. Así que he vuelto a bailar y lo hago de una forma más "divertida", porque lo hago ya para disfrutar.
Si tuviera que coreografiar su vida ¿qué estilos escogería?
Mis comienzos fueron muy felices. Si Dios me diera la oportunidad de saborear mi vida en un sueño, escogería esa edad, entre los doce y los catorce años. Coreografiaría esta etapa con unas alegrías: un tiempo alegre, gracioso, sin mayor trascendencia que disfrutar de la vida, sin responsabilidades y con una sonrisa en la boca. Después empezó mi vida dura, con situaciones ya de adulto, a pesar de ser niña todavía. Esta etapa la metería por un garrotín, porque este palo sigue siendo alegre, es coqueto y siempre está bailando para fuera, para alguien. El garrotín lo bailaría hasta los veinte años. Después seguiría con la soleá: la mujer que va cogiendo ese peso, que encuentra a su hombre, que tiene a sus hijos, que está sabiendo pisar en la vida y está sabiendo ser persona responsable, señora. La soleá la bailaría hasta los treinta. De los treinta a los cuarenta pondría la siguiriya, porque lo sufrí.
¿Profesional o personalmente?
Personalmente. En lo profesional pondría una rondeña en tiempo de misa flamenca, donde está un Aleluya o un Gloria, donde hay un tiempo bello, porque de los treinta a los cuarenta hice cosas muy importantes y muy bonitas. En realidad mi vida siempre ha estado como en una balanza. La gente que me conoce me dice que es como si tuviera que pagar un precio por tener un triunfo. Yo soy católica y muchas veces le he preguntado a Dios ¿es que para poder desarrollar mi trabajo tienes que darme tantos dolores? Porque pensaba que todo lo que Él me daba, de alguna forma lo utilizaba yo a la hora de crear.
¿En qué momento está ahora?
En un momento feliz. Estoy haciendo cosas que me gustan mucho. Artísticamente disfruto con lo que hago y luego, en mi tiempo personal, tengo una paz tranquila. Y a esta etapa le pondría la media granaína. Adoro ese palo.
Es difícil encontrar una bailaora que no haya aprendido algo de Merche Esmeralda. Lo que usted dice o hace es casi dogma de fe para buena parte de las figuras de hoy ¿Nota esa responsabilidad?
Claro que la noto. Por eso tiemblo como una hoja antes de salir a bailar. Si no me diera cuenta de eso no sufriría tanto, pero sé que todavía tengo que enseñar cosas a las nuevas generaciones, y no porque yo sea la última Coca Cola del desierto, sino porque soy de otro tiempo y hoy no se hacen las cosas así. Ellas tienen que conocer ese sabor del baile con trazos antiguos, que no viejos. Quizá haya quien piense que soy prepotente, pero yo no digo que eso sea bueno, malo o regular, sino que es una forma de expresión diferente.
¿A quién le está agradecida Merche Esmeralda?
A la gente que me ha querido. Lo que pido en la vida es que se me quiera. Y estoy agradecida a las personas que me han tendido una mano, como Adelita Domingo. Dejé de ir a su academia porque atravesábamos un momento difícil en casa. Un día nos la encontramos por la calle Sierpes y le dijo a mi madre "el lunes la quiero ver en la clase, y ya me lo pagará cuando pueda, y si no me lo paga no pasa nada, porque yo doy mucha suerte". Y nunca me cobró. También he tenido amigas muy buenas que me han hecho grandes favores y buenos amigos que me han protegido. En la amistad he sido una mujer con suerte.
¿Hecha de menos algo en el mundo del flamenco?
Sí. Artistas. Me gustaría saborear lo que yo viví cuando empezaba: una fiesta como era tener a doña Pilar López, a Antonio Mairena, a Fosforito, a la Gallina, a Menese... Entonces nos reuníamos y a lo mejor estaba Enrique Morente, Luis Habichuela y unos pocos amigos y nos íbamos a comer un pollo frito y te daba la mañana, porque era como si se hubiera presentado un ángel y aquello brotaba por los cuatro costados. Eso ahora no lo vivo.
¿Qué es lo que peor lleva?
El poco respeto. Hoy falta delicadeza.
¿Ha reído mucho en el flamenco?
Mucho. He sido inmensamente feliz. Si volviera a nacer volvería a bailar.
¿Ha llorado?
Mucho. Toda la gente que se hace un camino se encuentra con muchas piedras.
¿Le han engañado?
Sí, Mucho y muy dolorosamente. Pero eso también te hace ser fuerte. Eso no quiere decir que no haya momentos que quisieras tirar la toalla, pero después haces recuento y el saldo es positivo.
"Tiemblo como una hoja antes de salir a bailar"
¿Ha hecho amigos de verdad en el flamenco?
Sí. Manolo Sanlúcar es uno de ellos. Buscábamos mucho en las formas del flamenco y hemos trabajado muy unidos. Hubo un momento en mi vida personal en que yo estaba sufriendo y él y su mujer me tendieron la mano. Eso no se me olvidará nunca. Pero también ha habido más personas que han estado cuando las he necesitado: Curro Fernández, Pepe de Lucía, Carmen Linares, Blanca del Rey, Matilde Coral, Nuria y Blanca del tablao Los Gayos... Pero no quiero seguir nombrando porque realmente hay mucha gente detrás de mi vida que han hecho muchas cosas muy bonitas y muy generosas conmigo.
¿Hay algo que Merche Esmeralda no pueda perdonar?
Sí. Hay dos personas en mi vida privada a las que jamás perdonaré. Uno es abogado y otra una juez, que me quitó a mis hijos. Eso no se lo perdonaré jamás. A esas dos personas sí que les eché una maldición, y esa no se la quito aunque me vaya al infierno.
¿Ha cometido muchas equivocaciones?
Sí. Claro que sí.
¿Le cuesta pedir perdón?
En absoluto. Pido perdón muchas veces. Pedir perdón da mucho valor a las personas. El que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Además me siento muy bien, primero por darme cuenta de que he hecho daño. Y segundo porque pedir perdón te hace sentir que continúas con esa persona a la que has herido.
¿Se arrepiente de haber hecho algo?
Le escuché una vez a Cristina Hoyos decir algo así como "volver atrás, ni para coger carrerilla". Lo que haya cometido ya está hecho y no hay forma de arreglarlo, con lo que lo único que queda es aprender de ese error para intentar no repetirlo. Por eso me veo sola.
¿En qué cree?
Creo que hay un ser que está por encima de nosotros, que nos ayuda. No sé si será ese ser al que vamos a rezarle a la iglesia, porque otros rezan a Buda y otros a la Luna o a las estrellas, pero sí sé que hay algo que está por encima de nosotros. Yo necesito creer en algo.
Ha conocido, como mínimo, a tres generaciones de artistas: sus maestros, sus coetáneos y sus discípulos. ¿Podría pronosticar cómo será el flamenco de dentro de medio siglo, por ejemplo?
Si sigue así, estará muy mal. El arte es arte porque hay una cultura en ello. Y cuando se trata de hacer una fusión hay que conocer todo esto, porque si no es un pastiche. Hoy estamos aplaudiendo muchas cosas que son pastiches; hay búsqueda pero sin desarrollo. En este arte no se puede coger la mano de uno que es muy bonita, cabeza del otro que es muy graciosa y la patada de aquél que... No. Todo tiene que ir en función de aquello que tú quieres crear y decir. También vamos a tener que mirar un poquito más en el cante, en el baile y en la guitarra en directo, porque a veces estamos en unas alturas que no se pueden costear, con lo que se cogen músicas que muchas veces están fusionadas y se hacen unos montajes sobre esas músicas que te ponen los vellos de punta. Si esto sigue así yo no voy a ver ese flamenco.
Si no hubiese bailado ¿qué le hubiera gustado ser?
De pequeña sólo quería ser monja o bailarina.
Texto: Manuel Moraga - Fotos: Paco Manzano